OPINIóN
Actualizado 26/07/2015
CÁRITAS

Cualquiera que haya hecho algo de montaña, sabe que los ascensos se disfrutan mucho, por el paisaje, por el aire y el sol en la cara, por la satisfacción del esfuerzo que lleva a una meta, por esa sensación al llegar que no se puede comparar con ninguna otra cosa.

Pero cualquiera que se haya propuesto un camino en subida, también sabe que hay momentos de desánimo, de ganas de tirar la toalla, de preguntarse ¿cómo se me habrá ocurrido hacer esto? ? en definitiva, momentos de mirar atrás con añoranza.

Estas mismas sensaciones son las que se experimentan en la vocación de transformar el mundo. Una vocación que nos desborda, que es inmensa y que es el motor de toda una vida, pero que se concreta en acciones sencillas y en elecciones simples que llevamos a cabo día a día.

Cuando la meta se hace visible, porque descubrimos pequeños destellos de transformación, nos anima, nos da energías, nos impulsa a seguir. Pero en los momentos de cansancio, en los que no vemos el final, en los que parece que tras muchos esfuerzos, no avanzamos, es fácil mirar atrás y pensar que habríamos hecho mejor en invertir nuestro tiempo y en complicar nuestra vida en otra cosa. Esos son los momentos en los que hay que parar, echarse unas risas con los compañeros de camino, tomar aire? y recordar que merece la pena. Es momento de no rendirnos, de recordar que esto se construye paso a paso, gota a gota.

Belén Santamaría

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