OPINIóN
Actualizado 25/07/2015
Manuel Lamas

Existe una facultad en la condición humana que, por mucho que nos esforcemos, no conseguimos controlar. Me refiero al lenguaje; al uso que hacemos de las palabras, para no ser cautivos de lo que decimos. Pues, a pesar de estar bajo nuestra tutela los recursos del habla, no hemos aprendido a utilizar el verbo de manera eficiente. Hablamos a destiempo y callamos cuando procede conversar.

Casi siempre hablamos más de la cuenta y, más de la cuenta, nos comprometemos. Somos muy generosos en momentos de euforia. Alentados por los éxitos, no reparamos en la importancia de los compromisos. Otra cosa es que se utilice el discurso en beneficio propio, prometiendo lo que no se puede cumplir.

El uso fraudulento de las palabras siempre tiene consecuencias negativas. Es un error pensar que se las lleva el viento. A veces se produce el efecto contrario y vuelven a nosotros para que no olvidemos donde nos hemos equivocado.

Pero, este defecto, es tan antiguo como el hombre. En todas las épocas y lugares  se ha incurrido en el mismo error. El uso que se hace del lenguaje compromete y reduce la libertad de movimientos. Pues, una promesa imprudente, es un fardo incómodo de llevar. Su peso aumenta en la medida en que no se puede cumplir lo que se prometió. Las circunstancias cambian en cada momento y, a veces, es imposible realizar lo que en otro tiempo parecía tan sencillo.

En otras ocasiones, el uso abusivo del lenguaje denota artificio; enredo, para ocultar algo. Cuando se dice la verdad, no es necesaria la reiteración verbal.

Frecuentemente, muchos padres de familia, prometen a sus hijos bienes que no les pueden entregar. Piensan que con el transcurso de los días las demandas se olvidarán. Gran error porque, con esos incumplimientos, se pierde la confianza.

También algunos políticos, en campañas electorales, garantizan a sus votantes cosas imposibles. La decepción es enorme cuando vemos que no se puede otorgar lo que se prometió. Son  enormemente funestas las consecuencias de tales incumplimientos. Jugar con la confianza de los electores es un mal negocio.  

Quien pueda controlar la lengua, tiene mucho a su favor. Lo cierto es que, ninguno hacemos uso prudente del lenguaje. Siempre hablamos más de lo necesario y callamos reiteradamente para no asumir compromisos que deberíamos aceptar.

 

 

 

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