OPINIóN
Actualizado 23/07/2015
Isabel Nieto

Suena la lluvia contra los cristales. Música monótona, pero suave. Me gusta. El día invita a refugiarse en el hogar. Eso hago. Café. Camilla. Braserito. Sillón. Zapatillas. El camarada Javier Pradera, mi lectura. Y comienzo a sentir la calidez del ambiente. ¡Qué bien me siento!

De pronto, sin saber por qué una imagen rompe la dulzura del momento. Son los llamados "sin techo". Son muchos, cada vez más. En estos días de noviembre, tan oscuros, tan desoladores, ellos están en la calle, con frío, tal vez con hambre, tal vez enfermos?y su techo es el cielo. Están abandonados. Sí, abandonados porque tras esa etiqueta "sin techo" se esconden hombres, mujeres, niños, con nombres y apellidos de los que no queremos ver su rostro. Es duro ¿verdad? Desgraciadamente, en medio de esta sociedad de la opulencia, materialista hasta límites de vértigo, las casas sobran, están vacías y llega a mis oídos una noticia que confío no sea cierta: van a destruir edificios. Hay que mantener altos los precios. El mercado manda. Pues yo, debo ser ingenua, creía que la voluntad solo se predica del ser humano. Sí, tras esa manida frase "el mercado lo impone" se esconde un eufemismo barato. La ley del mercado está dictada por los poderosos y siempre juega a su favor. Ellos cada día más ricos, los demás cada día más pobres.

Ellos, los que viven al rasero me dan ejemplo por la dignidad con la que llevan su desgracia, en silencio. Pero no es justo. Es una vergüenza que ya en el siglo XXI siga habiendo tantos ciudadanos cuyo techo es el cielo.

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