OPINIóN
Actualizado 23/07/2015
Juan José Nieto Lobato

Hay novelas difíciles de seguir por lo complejo de su trama, por la sucesión de elipsis, por los continuos cambios de narrador o por la presencia de numerosos personajes secundarios. Hay otros volúmenes que ni siquiera me atrevería a tomar por lo técnico de su contenido o por lo especializado de su materia. Es el caso de un Vademecum o de una compilación de legislación procesal. En cambio, el libro que protagoniza esta columna; agradable al tacto, atractivo a la vista y suculento al gusto; supone un reto intelectual de igual o mayor grado.

Lo entenderán de inmediato cuando les diga que es un libro firmado por Reinhold Messner, tal vez el más osado y tenaz alpinista de todos los tiempos, amén de coleccionista de récords de precocidad, velocidad y riesgo. En él relata sus aventuras en el Himalaya y el Karakorum, en las aguda cúspides que definen el límite vertical del planeta; en la aún más exigua línea que separa la vida de la muerte, que es también el fino hilo que actúa como muralla entre la posición de un hombre y el frente de un alud. O los escasos centímetros que separan la superficie de una cresta del color oscuro del que se viste el abismo. O el umbral de resistencia de un hombre a más de ocho mil metros, aquejado por severos dolores de cabeza y con sus capacidades mentales disminuidas, justo cuando y donde más falta hace tomar decisiones acertadas.

Para su lectura se harán indispensables crampones, piolets y pitones, quiero decir, un pequeño glosario para familiarizarse con la jerga del alpinismo. También ciertos conocimientos en geomorfología para descifrar cuán intimidantes son los seracs, dar forma mental a la rimaya o entender el peligro de desprendimientos rocosos que encierra el caminar por un cono de detritus en el Valle Diamir. Y tampoco está de más conocer el funcionamiento de los monzones y cómo afectan estos en la vertiente sur de aquellos montes que asoman su mirada al espacio. O tener ciertas nociones de fisiología para comprender mejor cómo se comporta el cuerpo humano en medio de esa atmósfera apenas sazonada de oxígeno.

Pero el reto va más allá de todas estas dificultades prácticas. El reto consiste en tratar de ponerse en las botas de un alpinista que, a pesar de haber enterrado a un hermano y a varios amigos en la montaña, decidió ir dificultando el ascenso a aquellos colosos para explorar sus propios límites. Sus expediciones fueron disminuyendo en número de personas y peso del equipaje hasta llegar a consistir en escalar provisto de un ligero kit de supervivencia (un infernillo, medicación homeopática, una tienda de circunstancias y, por supuesto, aunque con otros fines, una cámara de fotos) y en la más completa soledad. Inventando personajes con los que charlar, lanzándose mentiras que aliviaran el dolor y sofocaran los intentos de resignación como prólogo de la muerte, subiendo ?porque no existía otro camino? apenas asido por tres puntos de apoyo a la vida, Reinhold Messner nos traslada en su obra En los límites de la tierra, a un panorama insospechado, a un reino, que no es el nuestro, situado en la última frontera del planeta. El reto es, no cabe duda, imaginarlo.

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