Hoy rescato este poema extraído de mi libro "La esquina del mundo", versos que me definen en esencia y dicen mucho de lo que soy, de mi modo de ver, y entender, la realidad.
HOMBRE RARO
Soy el último hombre que habla con los pájaros,
el que susurra al ojo del autillo
cuando en el campo
ya no queda nadie
y en el crepúsculo yace un resplandor
que sólo mi alma puede comprender.
Soy el anciano
que ama las ortigas
cuando, al atardecer, vomita el sol
la lentitud violeta de las sombras
que tiemblan como enredaderas mansas
baja la carpa inútil de lo azul.
En derredor de mi alma
solo hay frío
pero en mi pecho aún duermen los pastores
y cae el estío en la palma de mi mano
como un lagarto de oro.
Soy la luz
que a los gañanes muertos les da agua,
aquel que ama el dolor de los nogales
cuando vomita juncos y brezo el sol, minutos antes
de la oscuridad.
A veces soy la espiga
enamorada
de las estrellas últimas del cielo
y me hundo en las veredas más lejanas,
donde no llega nadie en el invierno
que no sea el vuelo del autillo en flor y el deambular
del vagabundo angélico
que en los trigales esconde
la humildad serena de su viejo acordeón.
Vivo en el vientre antiguo de las nubes
y en el otoño acojo los silencios
felices del buhonero
que transita entre las zarzas del amanecer.
Los mirlos me saludan cuando cruzo
la paz del horizonte hundido
y vuelo
con las libélulas por la superficie
del lago indestructible del amor.
Me abrazan las collalbas:
soy el viejo,
el hombre último que habla con los pájaros.
Nadie me entiende; por eso tengo alas
y aún me refugio en la musgosa paz
del búho feliz entre los peñascales
o en el sigilo de los petirrojos bajo el temblor violeta
de las sombras
que aún regurgita el sol de mi niñez, donde aún resiste la única verdad.
Alejandro López Andrada ("La esquina del mundo". Trifaldi, 2012)