Un día, ya lejano, nos preguntó una periodista que nos entrevistaba que por qué nos dedicábamos a la poesía, si había desaparecido de la sociedad. ?No, ?le dije? está usted muy equivocada. La poesía no solo vive en los libros que pocos leen; también en otros muchos territorios, en otros muchos lugares; hasta en la publicidad, si me apura, que utiliza sin escrúpulo alguno los recursos de lo poético al servicio de sus intereses. Pero también en las funciones religiosas, en los cantos de las procesiones, en las baladas de los niños, en los conciertos de rock, en las canciones que malentonan los albañiles en el andamio para que pase el tiempo. Y también son culpables de que ella se esparza por la sociedad los cantautores.
Como dijera Octavio Paz, la poesía es una de las pervivencias en la especie humana de los antiguos lenguajes sagrados ya desaparecidos. La poesía lo impregna todo. Es transversal. La utilizamos y la recibimos de modo no consciente, sin darnos cuenta de que siempre está ahí, de que nos acompaña como consuelo, como memoria, como emoción, como huella de que somos seres de conciencia, que registran todo lo que viven y que necesitan expresarlo y trascenderlo.
Nuestra esposa, que siempre ha sido maestra de escuela de niños, como lo fuera ya su madre, y que siempre lo fue de modo vocacional y entregado, nos contaba muchos de los días de su docencia anécdotas deliciosísimas de los niños y niñas, que siempre estaban atravesadas por lo poético, porque lo poético es siempre transversal. Un día, a poco de comenzar el curso, les preguntó a los niños que qué querían aprender. Todos levantaron la mano para intervenir, pues tenían claro qué querían aprender y querían expresárselo a su maestra. Y, en un momento determinado, intervino un niño gitano y dijo con esa sencillez y naturalidad que solo conservan los niños: ?Yo quiero aprender a llamar a las águilas.
Ahí está lo poético. En esa sorprendente frase de un niño gitano que, además de en la edad de la inocencia, vivía aún en la edad del mito, en la edad de lo mítico. Nadie aún había profanado su mundo, se conservaba intacto en toda su pureza, pertenecía al territorio del mito, al territorio de la poesía.
También los cantautores crean, muchas veces, y transmiten la poesía. Reciente está el fallecimiento de uno de ellos, Javier Krahe, uno de los discípulos españoles de aquel gran francés que fuera Georges Brassens. Los cantautores también han sido siempre emisarios de la poesía. Son, en ese sentido, benefactores de la sociedad.
Cómo nombrarlos a todos. Imposible. Espiguemos algunos nombres de entre los nuestros, a modo de homenaje, como cuentas de un rosario de esa juglaría contemporánea que sirve siempre de contrapunto a lo trivial del mundo, como, por ejemplo, Paco Ibáñez, Raimon, Lluís Llach, Pablo Guerrero, Luis Pastor, Ismael Serrano? y tantos otros. Pero también podemos escuchar estos días de verano al gran norteamericano Pete Seeger, maestro del chileno Víctor Jara; a Jacques Brel o Moustaki?
Porque con la poesía daremos siempre, a poco que la busquemos, a poco que sepamos dialogar con nuestra propia alma. Pero, para ello, como le ocurría al niño gitano con las águilas, hay que estar dispuestos a aprender a llamar a la vida psíquica, a la vida del espíritu, que vuela muy alto y sabe llegar muy a los adentros.