OPINIóN
Actualizado 18/07/2015
Ángel González Quesada

A pesar de las denuncias que en todo el mundo, y cada vez más también en este país, tratan de terminar, o al menos de reducir la atrocidad inhumana de las diferentes variedades de los llamados "festejos taurinos" que salpican ensuciando y envileciendo la geografía española, cada verano volvemos a ruborizarnos con la celebración de la salvajada en corridas de toros, encierros, acosos, persecuciones, acuchillamientos, derribos y otros llamados festejos taurinos, en los que se tortura, maltrata cruelmente, humilla y en muchas ocasiones se ejecuta con escalofriante indolencia a indefensos animales.

Los llamados taurinos, que defienden sin argumento racional alguno la celebración de semejantes atrocidades, disponen de una amplia panoplia de insultos, descalificaciones, menosprecios y hasta displicencias para "contestar" las críticas que, no a ellos, sino a la brutalidad de lo que defienden, cualquiera osa exponer. Una mezcolanza de referencias literarias, apelaciones a supuestas tradiciones, reproches por comer carne, paralización del tiempo, loas al campo abierto, elogios de la nobleza animal, nombres propios de aficionados famosos, lamentos por la ignorancia del mundo, invención de ocultas estéticas artísticas reservadas a iniciados y la creación de toda una ¿teoría? que llaman Tauromaquia como si fuese una ciencia, al parecer compuesta de preceptos  y normas tan estrictas e intocables como liturgias religiosas  y sagradas como tablas de la ley, sirven en el mundo de la promoción de la atrocidad contra los animales, para simular una justificación seudofilosófica tan endeble como artificiosa.

Las razones por las que determinadas opciones políticas apoyan y promueven la celebración de la brutalidad; los motivos por los que una sociedad supuestamente sana permite la enseñanza de las artes del maltrato animal incluso en las aulas públicas; los porqués de que se utilicen fondos públicos en la promoción y apoyo de la salvajada, o las concomitancias e interrelaciones existentes entre cierta forma de patriotismo y el gusto y afición por el maltrato de los toros, son temas que merecerían estudios más sesudos, si es que la inteligencia algún día llegase a preocuparse de analizar las razones artísticas del salvajismo.

Los argumentos contrarios a la tortura de los toros son tan extensos, convincentes y racionales, y han sido expuestos en tantos foros nacionales e internacionales, que repetirlos sería tan ocioso como intentar que los comprendieran quienes siempre les han opuesto un 'porque sí'. Y parece que porque sí, un verano más, al que le quedan todavía "festejos" de escalofriante crueldad y absurda permanencia, la defensa de la integridad de los animales, su respeto y la humanidad de la convivencia de los seres vivos, se verán de nuevo arrumbados bajo el rojo y gualda de no se sabe bien qué patriotismo.

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