En la primera línea vi a Pablo, en la segunda también, lo vi en tus ojos vidriosos, lo vi en tu pluma, veo a Pablo en ti, feliz, orgullo, tierno. ¡Pedazo de hijo, pedazo de padres!
Me decía un amigo que por qué escribía cosas tristes. Es la vida que me rodea y mi vida, se puede dibujar a todo color sobre fondo blanco o fondo negro.
La tristeza, el recuerdo sonoro, son notas de nuestra partitura al caminar, no es amargura, es grito de esperanza, de memoria, fidelidad a los tuyos.
Otra cosa es la necesidad de respirar y cabalgar a lomos de mis sueños, y hasta mis sueños son reales, porque sueño contigo y por ti.
En el destierro, dicho sea con infinito cariño, me aferré a mis raíces para sobrevivir y no me fue mal, fui feliz y hoy estoy aquí.
Ahora tengo a mi voz preocupada por lo que dice sin pensar, aunque la mayoría de mis palabras sólo pasean de la mano de quien te puede guiar. Y vuelves tú, y tu presencia, y tu recuerdo.
Me doy cuenta de lo singular que es el plural, porque nadie puede no darse por aludido al leer estas letras, sigues estando ahí, eres mi sentido, mi mañana.
Y vuelvo a estos pedazo de padres que me fascinan, menuda aventura amigos, y encima llegas tú y me inspiras. Llegaron tus letras pero no quise leerlas hasta estar solos frente a frente. Y vas y me hablas sin dobleces de lo no se sabe cuánto se puede llegar a querer.
Dedicado a ese niño llamado David Aparicio que hoy en el Campus Vicente del Bosque no dio una lección de vida.