Aunque tal vez al que teclea estas letras en el ordenata le gustaría más titular El Logro, lo logros de nuestros políticos, cuestión harto difícil si tenemos en cuenta el percal. Que se dejen de inventos y vuelquen sus esfuerzos en solucionar los problemas de este país, tan variados y tan graves. Cuando he visto a las cuatro nuevas caras populares presentando el redondel con la gaviota dentro, me he echado a temblar y he sentido vergüenza ajena, a eso dedican su tiempo y nuestros dineros; y además, tan orgullositos se les veía, pobres, ese logo equivale a tropecientos mil votos, pero perdidos en el hastío del electorado.
Y si a después, que dicen en mi pueblo, los gerifaltes del partido se reúnen en conferencia política -cual reunión de amigos puesto que no es más que eso- para no debatir nada de lo que al pueblo humilde le interesa, y que igualmente nos cuesta dinero, ya me dirán la que nos espera de aquí hasta fin de año. Hay quien suele recurrir a un tópico, a una socorrida frase tratando de quitarle hierro al asunto: no hay mal que cien años dure. Faltaría más, para entonces todos calvos cuanto menos. Pero después de un lustro de padecer, cien días no cien años con las mismas perspectivas, se nos antoja un siglo y un excesivo castigo. Porque están a lo suyo, no a lo nuestro.
Y si para rematar la faena, cual martillo pilón, el presidente del Gobierno, el de todos los españoles y el mío también, se empecina en atacar, zaherir y ningunear a los adversarios políticos, con un discurso manido y cansino -sin mí el caos, manifiesta- permítame que le diga, con humildad y sin acritud, que ese no es el camino, que se trata de otra cosa, que los españoles piensan diferente y tienen otras esperanzas, o tenían, mire usted, cuando le votaron. Desde la ignorancia política por la que me desenvuelvo, los nubarrones siguen sobre nuestras cabezas y todavía no ha aparecido la luz al final del túnel. Por mucho que nos cuenten.