OPINIóN
Actualizado 12/07/2015
Alberto López Herrero

Traspasar la puerta de la cárcel de Pademba Road es retroceder en el tiempo y sentirse parte de una película imposible. La prisión estaba concebida para 300 presos pero alberga a casi 1.400

Tengo una espina del viaje a Sierra Leona que realicé hace ya tres meses, y es no haber podido escribir un artículo sobre Pademba Road, la cárcel de hombres (pero en la que también hay menores) de Freetown, la capital del país. El gran inconveniente está en la falta de material gráfico. Tan sólo el fotoperiodista bilbaíno Fernando Moleres, que hasta vivió en la cárcel y fundó una ONG para poder hacer un seguimiento de los casos de menores en la cárcel, prestarles ayuda jurídica y rescatarlos de una muerte casi segura, tiene ese valioso y contundente material. De él son las fotografías que hay en la primera de las entregas de este artículo, y también serán de él las de los siguientes, en las que se puede admirar su gran trabajo y a la vez tomar conciencia del infierno sobre la tierra que representa la prisión, de manera especial para los menores que han ido a parar allí, a veces por el único delito de dormir en la calle.

Y es que en Sierra Leona hay otras epidemias al margen del ébola y tampoco tienen un tratamiento eficaz: los efectos de la guerra civil que vivió el país, los niños de la calle, la explotación laboral, los abusos sexuales... todas las realidades convergen en este Estado fallido considerado uno de los más pobres de África a pesar de sus famosos diamantes.

Traspasar la puerta de la cárcel de Pademba Road es retroceder en el tiempo y sentirse parte de una película imposible. La prisión estaba concebida para 300 presos pero alberga a casi 1.400. Una pizarra establece las categorías y el número de presos que alberga. El surrealismo se mezcla con el horror a cada paso y se convierte en sufrimiento al ver cómo malviven y sobreviven los presos.

Desde que el ébola hizo su aparición en el país, en mayo de 2014, no se admiten visitas en la cárcel. La excepción son los misioneros salesianos y los voluntarios y trabajadores sociales que colaboran con ellos. El impagable trabajo con los niños de la calle y con los menores con problemas con la ley les ha valido a los Salesianos este reconocimiento y a la vez tener esta responsabilidad. De ellos también es el logro de haber llevado el agua a la cárcel, aunque aún falta la canalización final para que los presos no tengan que usar cubos de agua extraídos de contenedores de 5.000 litros que llegan a diario al centro penitenciario.

Tres días a la semana, una nave que hace las veces de salón y biblioteca sirve para que los Salesianos den de comer a 200 presos, los más débiles y los más jóvenes de la prisión. Gracias a la ausencia de visitas en la cárcel no ha habido contagios de ébola, pero sí muertes por malaria, infecciones... debido a la insalubridad.

Y si todo cuesta dinero en la vida, más aún dentro de la cárcel. Cuando alguien quiere comer más, tener acceso a más agua o estar protegido debe pagar: los privilegios se cobran, también desde fuera de la prisión.

Tuve la suerte de poder hacer una visita guiada por los módulos de la prisión gracias a una mentira piadosa, que decíamos de pequeños. El misionero que me acompañaba me presentó como un español que desde la organización en la que trabaja daba mucho dinero para mejorar la cárcel... y claro, siendo sólo verdad a medias, todo fueron facilidades pero también peticiones ante la extrema necesidad...

En la puerta te miden la temperatura y te lavas las manos con clorín. Te cachean muy superficialmente y te dan un imperdible oxidado con un papel plastificado en la que se lee "visitor"... No se puede introducir ningún objeto, pero también me di cuenta de que no hubiera sido difícil hacerlo. Una docena de policías, con uniformes no precisamente hechos a medida, te recibe viendo una televisión muy pequeña y anotando todo a mano en cuadernos amarillentos.

La imagen que encabeza el texto, la de los archivos con el policía dormido sobre ellos, es real. Los expedientes se apilan en montones, desordenados, y los de los jóvenes de la calle, sin abogados y sin dinero, pueden permanecer años en la parte de abajo mientras purgan su pena por faltas o delitos que no son considerados tales para los adultos.

Mi condición de visitante VIP nos obligó a ir a ver al director de la prisión... En el camino hasta su despacho te das cuenta de que todo supera lo imaginable: el mobiliario, los funcionarios, la seguridad, la limpieza... de ahí que sea denominada el infierno en la tierra de Sierra Leona.

(Continuará)

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