OPINIóN
Actualizado 11/07/2015
Manuel Lamas

A veces imagino el mundo como un extenso valle dividido en parcelas y repleto de especies diferentes. En la pequeña parte que cada uno ocupamos, hemos de poner orden trazando veredas y cultivando las plantas.

Unos madrugan y cumplen su jornada como buenos jardineros y hay quienes descuidan su trabajo y dejan que las malas hierbas se apoderen del espacio.

En ese lugar, hay especies que necesitan cuidados especiales. Otras plantas no demandan otras diligencias que ser liberadas de las malas hierbas. Pero también hay plantas trepadoras; enredaderas entrometidas, que se meten en el huerto del vecino e intentan apoderarse del lugar que no les corresponde. Incluso trepan por los muros sin respetar ni siquiera las ventanas. A estas plantas es necesario poner freno mediante una poda rigurosa.

No puedo omitir a las rosas, excelentemente vestidas, colmadas de aromas y saturadas de color. Tímidas y recatadas muestran sus pétalos encendidos a modo de saludo pero, bajo tanta belleza, esconden sus espinas, que clavan sin piedad sobre manos inexpertas. Tampoco me olvido del lirio; aunque de trata de una planta silvestre, crece bajo el sol de forma autónoma, y solo reclama nuestra mirada para acreditar su belleza.

Para atender a tantas especies no vasta con un solo jardinero. La Naturaleza ha previsto que cada uno de nosotros nos ocupemos de una pequeña parte. Con ese fin, hemos de estar muy despiertos en este mundo que nos acoge por un corto espacio de tiempo.

Como a esas plantas imagino a las personas. A media distancia las observo; entro en su mundo y pienso sobre sus obligaciones. Revivo sus anhelos y compromisos; sus éxitos y fracasos; sus proyectos de futuro, y la fuerza de su voluntad para afrontarlos. En fin, me veo a mi mismo reflejado en la imagen que trazo de los demás, y trato  de resolver las propias dudas  con los frutos de tales observaciones. Advierto, asimismo, que no tengo ni pasado ni futuro, que todo fluye; emerge en el instante y casi antes de percibirlo, escapa de mis manos.

Somos jardineros de un mundo insólito; rico en matices, pero desconocemos lo fundamental. Alguien lo dejo bajo nuestra tutela sin instrucciones para gobernarlo. De manera que, cada cultivador, ha de improvisar las formas de gobernar su pequeña parcela.

Muchas veces veo a ese labrador tan especial con la herramienta en las manos, sin saber por donde empezar. Se le ofrecen varias opciones: suprimir algunas especies en ese jardín y aplicar todos sus esfuerzos en atender a las plantas que su tiempo le permita. También puede esforzarse al máximo y aplicar cada minuto de su tiempo de forma eficiente sin sacrificar ningún elemento del jardín. Será la envidia de vecinos y viandantes. Pero, en este caso, no dispondrá de tiempo para sí mismo y perderá su vida en un esfuerzo inútil. Por último, puede ser un jardinero descuidado que no se preocupa, en absoluto, de las necesidades de las plantas. En su parcela, las malas hierbas se harán dueñas del espacio y no lucirá la rosa su color, ni el lirio reclamarás nuestras miradas. A este jardinero le sobra tiempo porque le faltan voluntad y compromiso. Es un tramposo que nada bueno podrá cosechar.

Si volvemos del valle de nuestra ficción al mundo real, contemplamos imágenes semejantes. Hay quienes disponen de enormes riquezas, pero los vicios les asfixian. Son como el jardinero negligente y descuidado, las malas hierbas terminarán con la vida de otras especies. Los hay pendencieros que descuidan los propios asuntos y, como plantas trepadoras, saben más de los problemas del vecino que de los propios. Constantemente prodigan consejos sobre asuntos que no conocen, mientras postergan sus obligaciones indefinidamente. Pero también hay personas esforzadas que ponen orden en su vida cumpliendo escrupulosamente con sus obligaciones.

No olvidemos que, vivir es una contingencia. Seguimos una vereda hacia una meta que desconocemos. Nunca la alcanzamos de forma eficiente porque, si lo hiciéramos, nuestro tiempo habría terminado. La vida, por tanto, es el camino y en función del esfuerzo que hacemos y la compañía que elegimos para recorrerlo será placentera o penosa la andadura.

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