Reconozco que es fácil ganarme cuando se trata de terror victoriano, y sin duda, Penny Dreadful es el ejemplo perfecto.
Sin embargo, ha sido la segunda temporada la que ha logrado conquistarme de una forma aún más profunda. Y es que donde ya estábamos acostumbrados a un nivel estético de la serie más que asombroso, esta vez lo han bordado.
Dejando a un lado la trama, opino que uno de los mayores impactos visuales lo encontramos en la escena donde aparece la cabaña de la bruja durante la noche, con la visita inesperada de Evelyn Poole y sus hijas envueltas en esa atmósfera siniestra, que cobra aún más fuerza gracias al tono verdoso que domina el paisaje. Junto con el árbol sin hojas, las siluetas conforman un aspecto macabro, dejando claro que no vienen en son de paz.
Otra escena más que destacable es la que acontece durante el baile en casa de Dorian Gray. La majestuosidad de la sala, unida a la caracterización de los personajes, culmina con la terrible visión de Vanessa Ives en una orgía repleta de sangre, donde el intenso color rojo consigue hacernos partícipes de la locura.
Y cómo olvidarse de la sala de los muñecos en casa de la temible bruja protagonista. Esa especie de cueva repleta de macabras creaciones vudú, donde lo más aterrador reside en su interior, y es que el hecho de utilizar órganos vitales que cobran vida ya de por sí es bastante inquietante.
Podría analizar muchas más escenas, pero a mi parecer, estas han sido las que estéticamente han resultado más atractivas. Y es que Penny Dreadful es más que una serie, es pura inspiración para los amantes del gótico.