No fui una lectora temprana. De niña, mi hermana Paquita insistía continuamente en las bondades de la lectura y me decía aquello de que un libro es el mejor amigo. Pero, erre que erre, no hallaba el deleite del libro por ningún lado.
Afortunadamente, en el inicio de mi adolescencia me dañé un tobillo en un mal salto al tirarme al agua de la piscina, la consecuencia fue dos semanitas en casa, con la pierna en alto y sin andar. Era tal mi aburrimiento en aquellas calientes tardes del verano salmantino que encontré, por azar, unas novelas de Corín Tellado, prohibidísima su lectura por mi madre, prohibición que hacía más atractiva la lectura de aquellas páginas. Y comencé a leer. Y no he dejado de hacerlo desde entonces. Me encanta la lectura. Soy lectora. Y, con el tiempo, he ido afinando mi gusto, seleccionando mis autores, mis libros, mis géneros literarios preferidos.
Y, por supuesto, mi mejor amigo es un libro. De papel, claro. Los libros informáticos no me atraen nada. Me gusta olerlos, tocarlos, subrayarlos, releerlos, si son muy buenos, y dejarlos en la librería para que sigan entusiasmando a muchos otros.
Mi marido dice que nunca me aburro y yo le digo que el secreto es: que siempre llevo un libro en mi bolso. Y con ellos, he soñado, he llorado, he vivido muchísimas situaciones felices, tristes, de miedo, de ternura. He aprendido tanto que tengo la sensación de haber vivido mucho más de lo que realmente ha sido mi existencia.