Es mucho más que escandaloso el rumbo hacia el que viran algunos sectores básicos de nuestra cimentación democrática, cuando se empeñan en vendimiar una y otra vez las escasas uvas que nos cuelgan, en tiempos de escasez, de los bolsillos.
Es el negociete pueril de la apariencia, en el que incluso periodistas de la cosa nacional andan vendiendo, por los debates televisivos, pura libación por las hombreras moncloinas donde ha de pagarse, (puede ser) a precio de oro, tan escandalosos papelones o peajes. Y al otro lado del mondongo, ahí, tenemos a los políticos sin chicha donde hincar el diente, manejando la bobada estructural como auténticos parásitos que, una vez pegados a las venas, logran meterse a nuestra cuenta un buen chute de importancia.
Para mí que la orquesta está muy ensayada y dándonos el concierto nos atolondra de tal manera la cocorota que, cuando sacamos la indumentaria personal, nos alineamos, si es preciso a ciegas, meneando un banderín junto a los nuestros.
Vamos, que aquí los intereses de cuatro listos, que ni por casualidad pudieron ser los primeros de la clase, se han ido situando junto a la licuadora del chollo para exprimir, sin ir más lejos, mi pobre nómina medio escoñada, que ya veremos cómo aguanta la pobre la heladura invernal con los haraposos calzoncillos que lleva vistiendo hace más de diez añadas.
Para rematar este descarrile de esperanzas en pleno mercadillo de trueques y chirigotas, presiento, ahora mismo, en la nuca, el aliento de Gallardón hurgando en estas letras, no vayan a ser ahora, dentro del asunto digital, otro cuerpo del delito.
Pestilencias de este país, donde huele a mierda apenas olfateas el hedor a la chacina, donde el virus de la barcenas-inolosis brilla con luz propia, inoculando la mentira patatera en la mirada de quienes se parten de risa en la trastienda del poder con la troupe de agradecidos y allegados. Ver, desde el otro lado de la barra, el careto que vestimos de ignorantes y pasotas debe ser genial para darse un festín de alegría a nuestra costa.
No es difícil vaticinar que este país, en quince años, no lo conoce ni la madre que lo amamantó a oscuras, una noche de cogorzas y trasteos. Aquí los pobres serán apartados cual si fueran garrapatas de la acera, para que puedan pisar y no mancharse los cuatro señoritos que ahora van arrejuntando, a nuestras espaldas, lo que falta en el cajón de la memoria. Un cajón del que hace cuatro días, predicaron que estaba a tope otro montón de contables chapuceros.
Pero de eso ya habrá ocasión de escribir en otra fecha, que cuanto más pasen las horas, más se irán llenando de razón estas osadas conjeturas.
*JOSÉ MANUEL FERREIRA CUNQUEIRO. Escritor.