OPINIóN
Actualizado 08/07/2015
Rafael Bellota Basulí

Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Vacío y desilusión es el trabajo con que se afana el necio.

La vanidad es más poderosa aún que el dinero, el dinero ayuda a alimentar a engordar la vanidad, pero es tan fuerte que, muchos, aún más que el poder económico, ansían la alabanza, el peloteo, la presunción, cualquier hecho no necesariamente del capital que engorde su vanidad, hasta tal punto llega la estupidez humana.

La soberbia y el egoísmo, son los pilares en los que se basa la pobreza de espíritu, una frivolidad en el ser que no le permite vivir los auténticos valores de un ser humano.

La vanidad del político, la vanidad del poderoso, la vanidad del que vende, la vanidad del que compra,  la vanidad del noble, la vanidad del bello, la vanidad del listo, la vanidad del joven, la vanidad del fuerte.

El nuevo rico, o el de cuna; el nuevo intelectual, o el de cuna, da igual, todo es lícito y alabable mientras no exista o al menos se esconda la vanidad.

Sólo los sabios no son vanidosos, sean ricos o pobres, hermosos o feos, poderosos o esclavos. La sabiduría está en la modestia, en la sencillez, en la generosidad; ellos si se pueden sentir valiosos, pero ellos, los sencillos, se sienten, por sabios, una migaja que sabe todo lo que le falta por aprender, por enseñar, por conseguir, por caminar.

Solo el necio y frívolo vanidoso, se siente importante, poderoso, titulado, y espera y busca que los demás le alaben. Son tan tontos, tan fáciles, que con dos piropos los tienes comiendo de la mano; así de débiles son los vanidosos.

 Así de débil, frágil y miserable es la vanidad, y sin embargo y desgraciadamente la vanidad mueve el mundo.

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