OPINIóN
Actualizado 08/07/2015
Fernando Segovia

Fue el domingo al salir de otro estupendo concierto (emulando la letra de Sabina). Nos encontramos con Jesús. Jesús es un irredento artista, buen profesional y vocacional al máximo. Artista de carrera (de San Fernando y en la época difícil) y muy peculiar también. Reconocible entre otras cosas por sus eternas sandalias de invierno y verano. Nos saludamos e inmediatamente reanudamos una conversación de casi siempre.

        ¿Visitasteis el Prado últimamente? Nos pregunta. Y de inmediato saltó su temperamento de discutidor veterano (aunque en su aspecto primero no lo parezca). Una vergüenza. No lo reconozco ya. Que nos decía algo exaltado. Están destrozando el patrimonio y dejándolo irreconocible con tanta restauración incontrolada. Seguía. Y citaba uno y otro cuadro de referencia para él desconocido en su aspecto de hoy y tal vez perdido ya del todo. Verdaderamente, coincidíamos los tres en que las restauraciones de arte (tan de moda en estos tiempos), dejaban obras muy diferentes, desconocidas y quizás irremediablemente estropeadas. Es verdad, hay ejemplos. Y por aquí muy cerca alguno también.

        Jesús, desde su parapeto de artista ilustrado en el tema, de gafitas a lo Lennon, con el pelo algo revuelto y la barba blanca llena de experiencia, con esa sorna precisa y mordaz de los años nos dijo: no se dan cuenta cuando limpian y decapan pinturas tan brutalmente que debajo de una buena obra siempre hay un montón de obras malas, fallidas, y eso es lo que sale a la luz en las restauraciones. Y otra atinada exageración más, como sigan restaurando las pinturas negras de Goya, éstas acabarán blancas. Al tiempo, si no.

         Fue un estupendo concierto en el CAEM (como es habitual en el cierre de temporada). Y a la salida, la guinda de la tarde que la puso el informal encuentro con Jesús y sus oportunas reflexiones.

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