OPINIóN
Actualizado 08/07/2015
Manuel Alcántara

La presencia de términos que proceden de las denominadas ciencias duras en la vida de cada día y por ende en el ámbito de las ciencias sociales es algo frecuente. No estoy seguro de que cada vez sea mayor, pero, en todo caso, es algo natural por la interrelación entre saberes. La resiliencia es uno de aquellos. Tiene que ver con la capacidad de los objetos para volver a su estado original una vez que han sido sometidos a fuerzas o a condicionamientos que durante cierto tiempo los deformaron. La psicología hace tiempo que lo adoptó para explicar cómo las personas vuelven a su vida normal después de haber sufrido un trauma. Se asocia a una forma de lucha contra la adversidad, a la capacidad de acomodo cuando vienen mal dadas y de subsiguiente superación en los tiempos de bonanza.

A lo largo de mi vida he convivido con el término resistencia, fuera un sustantivo con mayúscula definidor de la lucha francesa contra la ocupación alemana o, de manera más cotidiana, para ir contra la corriente y para oponerse a un estado de cosas que no gustaba. Era una consigna muy presente en las vidas de todos en la línea de lo que canta Tachenko: "jamás olvidaré la resistencia". Resistir a toda costa, no pasarán, no nos moverán, eran el señuelo de una forma, o más aun de una actitud, ante las cosas. Imbuidos de un fuego sagrado se trataba de mantener la llama, que las esencias no se diluyeran. A ello contribuían los mitos tribales, aquí Numancia, "los Sitios", en otros lugares el aguante al asedio también construía la identidad nacional. Resistir una enfermedad, una mala racha. Pero hoy las cosas extrañamente han cambiado.

En estos días se da por hecho que las inevitables crisis golpean duro y que deforman el cuerpo. Se sabe, además, que no se puede ofrecer resistencia, que el tsunami es de tal magnitud que es de locos confrontarlo. Sin embargo, se dice, hay alguna esperanza gracias, precisamente, a la resiliencia. Las cosas van a rebotar volviendo a su estado natural, al modo en que siempre fueron. En apariencia estamos dotados de una fuerza interna poco conocida, construida en el tiempo, que se lleva en el código genético y que incluso la sociedad ha adquirido con denuedo. Somos, por encima de todo, novedosamente resilientes. Pero yo tengo muchas dudas y los griegos todavía más.

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