OPINIóN
Actualizado 06/07/2015
Sagrario Rollán

Sonó el nombre en la sala, el nombre del hasta aquí desconocido poeta, favorecido en el acto por un jurado selecto. El no lo oyó, estaba lejos. Había soñado con esa gracia: eco público, letra impresa, parabienes de otros grandes, ya consagrados... En estos días estivales la poesía sale de su habitual clausura -sotto voce  querido o impuesto-, y se asoma a los foros públicos, se codea en  cursos de verano con la crisis económica, la reforma educativa, las autonomías, las energías renovables y mil asuntos más de las prosas cotidianas. Y surge la pregunta, el fogonazo lúcido de un Hölderlin enajenado, que tiembla en la noche del mundo, "¿para qué poetas en tiempos de miseria?"   . En efecto la poesía es seguramente más que juego de brindis en las terrazas del ocio, más que adorno lírico para una prestigiosa cátedra; a la vez más humilde y más honda es su vocación: llamada o grito que germina en la soledad entrañal de un ser poseído y ardiente. El poeta se deja vencer y consolar, como dice María Zambrano, por un exceso de gracia, y entra en la palabra a vida o muerte.

Esta fuerza arrolladora de la poesía -infierno y salvación- queda maravillosamente expresada en la obra de Dante, que ha de recorrer complejos círculos de sombras y deseos, de miedo y confusión, de ansia impaciente, antes de llegar al paraíso. Paradigma  la "Divina Comedia" de la verdadera iniciación poética, a la vez salvación y ascesis. Evidentemente la poesía no es el poema, la poesía es un estado, una elección, un vértigo o una consagración silenciosa, de la que a lo largo de una vida tal vez puedan brotar cuatro o cinco versos buenos. Así pensaba el poeta Rilke, cuando respondiendo a un joven adolescente que le enviaba sus versos para que los juzgara y le aconsejara, le ponía sin piedad ante una opción absoluta: "reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir.... Excave en sí mismo en busca de una respuesta profunda.  Y si esta hubiera de ser de asentimiento,  entonces construya su vida según esta necesidad: su vida entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso". Quizá el joven Kappus se asustara ante la sinceridad y fuerza dramática de estas palabras, o la vida le orientó hacia otros intereses, o la respuesta fue sensata y prudente y reconoció que no era para tanto, y decidió sobrevivir mansamente sin la escritura. En todo caso tuvo el acierto de guardar cuidadosamente las cartas del maestro (fechadas entre 1903 y 1908) y darlas a la luz, "para los que ahora crecen y se forman, para los que mañana se formarán"

Escribir o la muerte, esta es la piedra de toque de las "Cartas a un  joven poeta", que constituyen una verdadera iniciación al mundo de la creación. Hay tres aspectos de la poesía que cabe resaltar en este breve epistolario. En primer lugar el valor de absoluta entrega que requiere el deber escribir, el requerimiento de este deber conlleva una aceptación sumisa y paciente de la misma vida, en toda su riuqeza incomprensible, sobre todo en lo que tiene de peso gris, de melancolía, de gravedad... No son los sentimientos exaltados, las experiencias excitantes, o los colores intensos los que dan  a luz un buen poema, según Rilke. El poeta no es un acróbata en la cresta de la ola, sino el servidor laborioso de un lento trabajo de maduración que tiene lugar en su propio espíritu y en el alma de las cosas. El poeta es el oidor reverente de lo que acontece en el mundo, en su propio mundo cotidiano, por pqequeño y anodino que este pueda parecer a los ojos ávidos de éxito y relumbrón.

En esta atención callada, el poeta se asemeja -y este es el segundo punto que quiero subrayar- , a la mujer en estado de gestación. La experiencia de la creación hace del poeta un ser abierto, ser de cuidado y de promesa, casi maternal, a la vez que lo aleja del impulso viril de poder y dominación, que estaría en la base de la guerra entre los sexos. La experiencia poética se torna fecunda por su misma disponibilidad, que abre a quien la acoge a una amorosa conciliación con la naturaleza -misteriosamente dual, varón y mujer- del ser humano. En consonancia con esta actitud, surge un tercer aspecto, que me parece especialmente digno de consideración, y enlaza con la pregunta angustiada de Hölderlin... En tiempos de  miseria, de sofisma y de mentira: No dejarse dominar por la ironía, esto le recomienda Rilke al joven adolescente. La ironía puede ser un arma retórica para oradores, políticos o filósofos, puede ser coraza para inteligencias soberbias o amenazadas, quizá surja como reacción de fatiga o impaciencia en momentos no creativos, pero conviene estar alerta y no dejarse seducir. La ironía entorpece el camino austero de la verdadera creación.

¿Para qué poetas, en efecto, si no para esta atención callada, en medio de la confusión y la charlatanería? ¿Para qué poetas, si no para este velar paciente en la noche del ruido y la prisa: "Oye corazón, como sólo antaño oían los santos... Escucha el soplo, la noticia ininterrumpida que se forma de silencio"

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