Un pensamiento llena la eternidad; ciertas miradas también.
William Blake
Me he propuesto no cansarles en exceso en este tiempo canicular, por lo que mis intervenciones escritas tendrán otro cariz durante estos meses de verano, buscando un encuentro más acorde con este tiempo que solemos calificar, no sé si adecuadamente y con la que está cayendo, de pausa, de sosiego en el diario quehacer.
En todo caso, me ha parecido que en estas citas estivales sería bueno ofrecer espacio también a otras lecturas que incorporan la voz y la imagen.
Y como ocurre que no puedo, no podemos, sustraernos a lo que nos está ocurriendo en Grecia (no, no es una errata), les invitaría a que se echen al magín, con los ojos y oídos bien abiertos, una película del genial director Theo Angelopoulos. Un cineasta, un creador, que trabaja el tiempo y las historias que este contiene de forma peligrosamente poética, con un ritmo que nos pone a pensar.
Había mucho y bueno para escoger entre la filmografía del realizador griego, pero cavilando sobre la obra que mejor nos acercara (desde mi punto de vista y metafóricamente hablando) a la situación de aquel país, me he decantado por la cinta que esconde el Paisaje en la niebla.
Es verdad que fue la primera película que vi de este autor en los desaparecidos cines Alphaville de Madrid, y que me dejó literalmente pegado al asiento incontables minutos después de finalizados los títulos de crédito. También es cierto que, poco antes, en el año 90, me había dado de orejas, en una pequeña tienda de discos en Atenas, con la música de Eleni Karaindrou, compositora que abraza musicalmente esta cinta creando una simbiosis perfecta.
Pero la elección de Paisaje en la niebla, que por otro lado recomiendo como primer acercamiento a la obra de este autor, me parece la más adecuada porque permite una lectura, que reivindico poética, con lo que nos están haciendo en el país heleno; y no vayan a pensar que lo digo por aquello de ser la cuna de nuestra civilización, porque sin renunciar a mis raíces, uno se reivindica como persona y poblador de paso por la tierra.
El cine de Angelopoulos tiene una injusta fama de premioso, pero tengo para mí que el acercamiento en profundidad a los grandes temas requiere de cierto ritmo pausado, que nos procure ese necesario ensimismamiento que nos lleva a la reflexión, ungido, además, con esa articulación poética, que nos facilita otra forma de acercarse a las realidades que nos circundan.
Paisaje en la niebla cuenta en superficie el camino que recorren dos hermanos para encontrarse con su hipotético padre al que suponen, por lo contado u oído, trabajando en Alemania. Pero en el sustrato, este viaje esconde y muestra a la vez, de forma velada, brumosa, y con una secuencia de imágenes bellamente pautadas, otras cargas metafóricas sobre el sentido de esa búsqueda. Ya lo expresó el autor en una entrevista: 'Paisaje en la niebla' no trata solo sobre dos niños en busca de su padre. Es un viaje que es la iniciación a la vida. En el camino ellos aprenden todo: amor y muerte, mentiras y verdad, belleza y destrucción. El trayecto es simplemente una manera de poner el foco en lo que la vida nos da a todos.
Pero como decía, sus poderosas y simbólicas imágenes, como la de esa gigantesca y pretérita mano truncada que un pájaro de hierro, de nombre helicóptero, rescata del mar Egeo, elevándola ante la modernidad del norte, representada en la ciudad de Tesalónica, grisácea (sobre todo en aquel mes de noviembre cuando yo la conocí); rompiendo ese cliché que tenemos de una Grecia de cielos y playas azuladas. Su contemplación, la de esta secuencia en concreto, hace aflorar en nosotros sustancias medulares, hasta ahora escondidas?
Como en ese ineluctable trayecto, donde los hermanos Voula y Alexandros, sumando su mirada a la nuestra, van descubriéndose a todo aquello que puebla nuestro camino, cargado de heridas y de sueños, que toma cuerpo en sus deseos en una secuencia donde la imagen y su música llega a cotas pocas veces conseguidas:
Este perturbador final se apropia del sentido que cada cual quiera inferir del visionado de esta película, pero agarrándome a los recuerdos de la última vez que volvía a verla, suspendido todavía por la emoción que supura cada fotograma, no sé por qué, me sigue procurando una gran fuerza: ese árbol como enseña de vida, la savia que imagino fluyente por el tronco, ofreciendo fortaleza; tronco enraizado en la tierra, sí, pero materializando sus quimeras en las hojas que conforman su copa; sin olvidar el abrazo de los dos niños, ese abrazo al deseo, a la realidad de sus sueños mientras la niebla se disipa.
En todo ello, también tiene que ver, y mucho, la extraordinaria partitura musical de Eleni Karaindrou, compositora que les recomiendo vivamente, y a la que vuelvo, incluido el cedé ateniense, de forma habitual.
El cine de Angelopoulos está intensamente imbricado con la música de esta gran compositora griega, de una belleza armónica fuera de lo común, y con un talento especial para tejer y hacer fluir los sonidos escondidos del silencio. Un ejemplo es este montaje con su música, que se acompaña de imágenes de muchas de las películas de este irrepetible realizador.
Yo les dejo, silente, con un par de diálogos de la película que me llevan, a nosotros los griegos, hacia un cercano domingo que nos abraza y se despeja:
No me habéis dicho a dónde vais.
Lejos
[?]
Mirad bien.
Nada.
¿No lo veis? Detrás de la niebla. A lo lejos.
¿No veis un árbol?