OPINIóN
Actualizado 04/07/2015
Eusebio Gómez

Muchos son los peregrinos que cada año van rumbo a Fátima, Lourdes, Monte Carmelo, Guadalupe, en busca de un encuentro de fe con Jesús a través de la Madre para pedirle, para agradecer tantos milagros que por su mediación maternal acontecen cada día en la vida.

No es de extrañar que los enfermos, los cansados de caminar, los que necesitan una luz para sus vidas, quieran caminar desde lejanas tierras para acercarse a estos santuarios de fe, de amor y de paz; no es de extrañar que María, la madre de todos, en especial de los necesitados, esté junto a las vidas rotas de tantas personas, como estuvo junto a su Hijo. "Ella sigue con sus ojos misericordiosos" a todos los peregrinos que acuden a ella invocándola en momentos difíciles.

María, la Madre de Jesús, camina con nosotros, nos acompaña, nos alienta en nuestro peregrinar a Dios. En las alegrías y en el momento del dolor y de la prueba, allí está ella. No puede faltar en cualquier acontecimiento de nuestra vida, ya que como madre no puede olvidarse de sus hijos, especialmente de los más necesitados de cariño y de consuelo.

Cada pueblo, por pequeño que sea, tiene a su patrona. Cada cristiano mira a María e invoca a María. Los carmelitas honran a María bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen.

Santa Teresa  recibió la devoción a María en su familia y en la Orden del Carmen. Ella tuvo la suerte de tener unos padres cristiano, "padres virtuosos y temerosos de Dios", quienes criaron a sus hijos en un ambiente cristiano, lleno de ternura y bondad. La madre, sencilla y de gran honestidad, entregó toda su energía, tiempo, amor y cuidado para que su hija creciese y despertase en el amor a la Virgen y así la hacía rezar el rosario y otras devociones.

La Virgen aparece en sus escritos entre los recuerdos más importantes de la niñez de Teresa; es el recuerdo de la devoción que su madre Doña Beatriz le inculcaba y que ejercitaba con el rezo del Santo Rosario. Cuando murió Dña. Beatriz, su hija, afligida, se presentó ante una imagen de Nuestra Señora y la pidió que fuera su madre.

Y María, la dulce, quien había aceptado el encargo de Jesús de que fuera madre de toda la humanidad en la persona de Juan, acogió aquella niña como hija. Desde entonces Teresa puso los ojos en la Madre y de ella aprendió a vivir en fe, en docilidad a la Palabra de Dios, en humildad, en caridad solícita.

Teresa contempla los misterios de la vida de la Virgen. Su actitud humilde y sabia en la Anunciación, la Encarnación y de la presencia del Señor dentro de nosotros a imagen de la Virgen que lleva dentro de sí al Salvador. María, modelo y madre de la vida espiritual. María es la primera cristiana, la discípula del Señor, la seguidora de Cristo hasta el pie de la Cruz. Es el modelo de una contemplación centrada en la Sacratísima Humanidad .

La vocación carmelitana está inspirada en María. La Virgen siempre estuvo presente en la vida de Teresa y fue compañera inseparable en las fundaciones. La Madre pide a las carmelitas que confíen en los méritos de María, imiten sus virtudes, la alaben por sus dones y se comporten  como hermanas: "Así que, mis hijas, todas lo son de la Virgen y hermanas, procuren amarse mucho unas a otras".

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