OPINIóN
Actualizado 04/07/2015
Tomás González Blázquez

"¿Y con esto caminaba la vieja?", se maravillaba el Papa Francisco hace unos meses cuando le presentaron en Roma el bastón de Teresa de Jesús, antes de besarlo devotamente. La vieja, la madre Teresa, hija de la Iglesia, esposa del Amado. La ha escogido precisamente para que su figura aparezca en la medalla de este año de pontificado, que por vez primera no albergará la efigie del obispo de Roma. Lástima que el apretado calendario electoral haya impedido un viaje de Francisco a nuestra periferia española. Ojalá pronto podamos ver al sucesor de Pedro recogido en oración ante el sepulcro en Alba de Tormes, aunque no sea en este año jubilar.

El bastón de Teresa recorre con motivo del quinto centenario de su nacimiento decenas de países de los cinco continentes, en un Camino de Luz que quiere señalar cómo la inquietud peregrina de aquella recia castellana del XVI es modelo de seguimiento de Cristo para los hombres y mujeres de los recios tiempos del XXI. En estos días visita nuestra diócesis salmantina, tan teresiana, donde las huellas de nuestra patrona están frescas y deben estar aún más vivas. En los últimos años hemos recibido las reliquias de santas como Teresa de Lisieux o Margarita María de Alacoque, no hace mucho las de San Juan Bosco, y ahora nos llega un elemento simbólico vinculado a Santa Teresa de Jesús, el bastón que era apoyo en sus travesías, con el que golpearía puertas para llamar en nombre del Señor, con el que apartaría obstáculos y despejaría el terreno. La vieja caminaba, y se cansaba, y se agotaba, pero en Jesús descansaba, se aliviaba, cogía fuerzas. Para ella siempre era hora de caminar.

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