OPINIóN
Actualizado 02/07/2015
Isabel Nieto

Llevamos ya muchos años aciagos, dolorosos, en que una crisis provocada por la ambición desorbitada de quienes nunca están saciados, pues siempre quieren más y más y más?ha llevado a un alto porcentaje de la población a situaciones límites, con un gran coste material y espiritual.

El crecimiento, desde los años 80 del pasado siglo, del capitalismo especulativo, en un entorno político cada día más neoliberal (Reagan-Thatcher) a lo que se unió la caída del muro de Berlín (Juan Pablo II), ha servido para convencer a los poderosos (económicamente) de este mundo que pueden hacer y deshacer a la medida de sus intereses, con el sometimiento de la clase política a cambio de favores.
A ello se une la absoluta libertad y confianza con la que manejan el mercado, pues quienes dictan las tan famosas "leyes del mercado" son ellos mismos escondidos tras los medios jurídicos que han ido estableciendo desde que alcanzaron el poder en 1789 hasta nuestros días.

Empezaron creando el Estado, ente jurídico, como sujeto del poder político, desvinculándolo así de la clase gobernante (el noble, el rey como pasaba en el Antiguo Régimen). Eso les ha permitido mantenerse en el poder político, pues no se identifica con ellos sino con el Estado. Desde una perspectiva económica el engaño se instrumenta con la creación del Mercado, al que se hace responsable de las mil y una vicisitudes que llevan a unos pocos a enriquecerse hasta la opulencia, al resto a ser cada día más pobres. Aseveración que se confirma ya desde hace bastantes años a través de las estadísticas, cuando nos dicen que cada vez los ricos son mucho más ricos y los pobres mucho más pobres.

No podemos olvidar, por otro lado, la pobreza de ideales, de saberes, de espíritu crítico que pesa sobre la sociedad. Perdidos los valores en los que fuimos educadas muchas generaciones, sustituidos por un materialismo craso y un absoluto desinterés por la preparación humanística, sustituida por la fría ciencia (ley Wert), la sociedad permite a estos poderosos que vivan felices y tranquilos en su Olimpo particular mientras ella se va hundiendo en la miseria material y espiritual.

Pero yo tengo esperanza de que este inquietante periodo histórico que nos ha tocado vivir pueda empezar a cambiar. Y la sonrisa me la devuelve cada día Francisco, ese Papa que llegó desde la Argentina con una maleta llena de amor, un corazón que no le cabe en el cuerpo y una sonrisa que todo lo llena. Gracias, muchas gracias, Francisco, por recordarme, recordarnos, que hay esperanza para los pobres de este mundo, porque tú has recuperado la auténtica revolución que inició un tal Jesús, el Nazareno, ha ya muchos siglos: la revolución del amor.

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