OPINIóN
Actualizado 30/06/2015
Alejandro López Andrada

Con mis zapatos viejos cruzo el campo. Detrás, a mis espaldas, suena un río de esquilas y murmullos que se alejan cuando se tumba el sol. Se abre la paz de un horizonte rojo. Lo amarillo cede su trono al lila de las sombras. Marcha conmigo un bosque de retamas. Van en silencio, cerca, junto a mí. Y en mi interior, frente a la oscuridad que va cerniéndose, una azul mujer enciende una tras otra habitaciones por las que ella transita sin estar. Su corazón va cosido a mis zapatos. Por eso cruzo el campo y, en la brisa, siento la luz perenne de sus manos. Mis huellas son las suyas. La recuerdo, mientras levantan mirlos y alcaudones la gris cortina del anochecer y mis zapatos, ahora desgastados, sobre el rastrojo oscuro van dejando un resplandor metálico, indulgente, el eco del asfalto, la memoria celeste de su paso en la ciudad.

Alejandro López Andrada

Editorial "Trifaldi"

Atardecer, de Hipólito Martín

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