OPINIóN
Actualizado 29/06/2015
Rubén Martín Vaquero

La mujer escarmentada pasa el agua arremangada

Son señales de buena suerte las auroras boreales, una lagartija con dos rabos, las mariposas blancas, un trozo de la vela Pastora, los tréboles de cuatro hojas y tocar madera (aísla del rayo). No olvidemos el laurel. Los romanos ponían coronas de laurel en las cabezas de sus césares (era conocido que sobre los laureles no caían los rayos), y los plantaban a las puertas de sus casas como símbolo de amistad y de paz con las visitas.

Nuestros abuelos llamaban a la buena suerte poniendo una herradura detrás de la puerta, comiéndose el garbanzo negro que hubiera en los cocidos, casándose el Jueves de Corpus, o mojándose dos dedos en el vino que alguien hubiese derramado en una mesa y untándose  la frente con él.

Repartían buena suerte los gatos blancos (si se lavaban y acicalaban en exceso es que su dueño iba a recibir una visita), las golondrinas (le quitaron las espinas clavadas en la cabeza a Jesucristo cuando estuvo en la cruz) y las tórtolas, que además eran símbolos del amor.

Con la implantación de la Inquisición se puso de moda poner sobre las puertas de las casas imágenes de santos, o el busto de la Virgen, o una cruz desnuda, o la imagen del Crucificado, o el Sagrado Corazón de Jesús o leyendas como: "Dios bendiga esta casa" o "Ave María Purísima" o "Viva Jesús Sacramentado", que actuaban de detentes o de elementos disuasorios frente a las "indeseables visitas de los inquisidores". De esto saben mucho los vecinos de nuestra sierra de Francia. Fíjense en los dinteles de las casas de La Alberca, por ejemplo.

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