Comienzan las semanas de un verano lleno siempre de promesas, en el que proyectamos todo aquello que no hemos podido realizar a lo largo del curso, debido a las obligaciones laborales y familiares. En sus inicios, el verano se nos convierte en una suerte de paraíso, donde todo es posible, donde el reino abierto de lo paradisíaco se pone a nuestra disposición.
Hay, en estos inicios de los días veraniegos, un tráfago de gentes en busca de esa acomodación estival que servirá, entre otros fines, para descansar y reponer fuerzas, para cambiar de lugar y romper con las rutinas paralizadoras. Los viajes, sean grandes o pequeños, los días vacacionales junto al mar, en la montaña, o meramente en el pueblo familiar de donde se procede..., todo ello se confabula a nuestro favor para que podamos recuperarnos, perder ese lastre del curso, del trabajo, de lo consabido, y rejuvenecer nuestra perspectiva vital.
En nuestros ámbitos de España interior, pobre, envejecida y medio despoblada (¿cuántos millares de personas hemos perdido en estos últimos años en nuestra comunidad autónoma?, las cifras están ahí, recientes, y no es poca la pérdida ni escaso el envejecimiento de la población), los pueblos, en los días de verano, con la llegada vacacional de sus hijos emigrantes o residentes en la capital de la provincia, vuelven a recobrar su pulso, a recuperar su alegría, y es una delicia escuchar las voces de los niños de nuevo, que parecían perdidas para siempre.
Es uno de los aspectos más emocionantes del verano en todos nuestros pueblos. Ese comprobar cómo sus hijos y allegados vuelven a ellos y sienten, aunque solo sea por unos días o semanas, cómo se hallan en el paraíso recuperado. Y entonces es cuando se percibe qué distinto sería nuestro mundo rural si hubiera vida en él, si hubiera gente en él, si los vecinos no tuvieran que marcharse.
En este sentido, es una gran responsabilidad de nuestros gobernantes el arbitrar políticas ?hasta ahora, en tantos años de autonomía, no se ha hecho apenas nada en este sentido? para frenar la despoblación y el envejecimiento, para crear empleo, arbitrando servicios sociales en las comarcas y estimulando la creación de recursos que ayuden a fijar población...
También, en esta vuelta a los paraísos que todo verano supone, es el tiempo de realizar, día a día, unas actividades reconfortantes, como pueden ser la entrega a la lectura, los paseos y caminatas por la naturaleza, así como esa convivencia con los familiares, vecinos, amigos y allegados. Actividades todas ellas que nos humanizan y nos ayudan a mantener ese tono vital, decisivo para seguir viviendo.
Las lecturas de verano, en clima sereno, marcado por la lentitud o la exclusión de las prisas, son decisivas. Nos humanizan, nos ayudan a entrar en contacto con lo mejor de la creación y de la imaginación humana, y nos hacen también, además de más cultos, mejores. Muchos son los libros que nos esperan. Cada uno habrá de elegir los suyos, pues cada lector, en la medida en que lo es, se traza una propia cartografía de navegar a través de los libros. Y son tan valiosos y decisivos los autores clásicos como los contemporáneos.
Vuelta a los paraísos. El verano es como una promesa de que la vida puede también ser dichosa, si sabemos disfrutar de lo pequeños, si sabemos vivir con sencillez y en sintonía con todo lo que está ahí a nuestro alcance: la cultura (los libros), la naturaleza (los paisajes del lugar en que nos encontremos), los demás seres humanos (familiares, vecinos, paisanos, amigos).
Aprovechemos estos días de vuelta a los paraísos y disfrutemos de ellos. Buen verano a todos.