De retirarse ahora, Rajoy aún podría presumir de una dilatada vida política
Los políticos se aferran a su cargo con una determinación que ya quisiéramos vérsela en otros menesteres. Ahí tenemos, si no, a Alfonso Guerra, que se retira de diputado -¿es que aún lo era?- tras 37 años de sueldo parlamentario.
Si se hubiese dedicado a otra actividad, hace diez años que estaría forzosamente jubilado. Pero los políticos, no. A los políticos sólo los jubilan sus compañeros de partido cuando dejan de ponerlos en las listas electorales. Ni siquiera acaban con ellos los electores: contumazmente siguen en la oposición cuando pierden las elecciones y siguen haciendo la pelota al jefe para así mantener su puesto, sus emolumentos y otras gabelas.
Por eso, cuando los periodistas les preguntamos por su futuro suelen decir: "Estoy a la disposición del partido"; lo cual, traducido al lenguaje de la calle, quiere decir: "No tengo ni puta idea".
La única excepción a esto es Mariano Rajoy, quien, en una demostración de autoritarismo partidista, acaba de decir que encabezará las listas del PP a las elecciones de noviembre. Ya ven cómo se las gasta el hombre. Y eso, pese a la corrupción de su partido, los escándalos, la aparición de nuevos partidos rivales, su pésima valoración ciudadana y el vertiginoso descenso del PP en las encuestas.
¿Es que no tiene su partido gente joven y competente, desde Soraya Sáenz de Santamaría a Pablo Casado o Borja Semper, por poner tres nombres al azar?
De retirarse ahora, Rajoy aún podría presumir de una dilatada vida política y de algunos logros económicos. De esperar a que le echen los electores, pasará a la historia como un triste perdedor y como un político fracasado.
Por suerte para él, a diferencia de los demás políticos, es el único que tiene la posibilidad de elegir su destino.