OPINIóN
Actualizado 28/06/2015
Maguilio TAVIRA

Algunas veces ?demasiadas, tal vez- he tenido la sensación de que podría hacerse de otro modo alguna cosa que hacía.

- Bueno, la próxima vez actuaré asi o asao.

Y eso, claro, puedes pensarlo o proponerlo respecto de una paella o a propósito de un viaje. - En otra oportunidad iré por Medina del Campo, o le echaré menos pimentón- pero no en relación con la vida; no con los momentos transcendentes de la biografía.

Sin embargo, yo no podía evitar pensar -mejor dicho, sentir, irracionalmente, sin procesarlo de manera consciente- que se podrían modificar aspectos determinantes de la peripecia vital en el futuro. Que podrías mudar de compañera, de trabajo, de vocación, de residencia ?

En realidad, si observo el trayecto hasta ahora recorrido, puede decirse que, de alguna manera, he concretado en hechos esa sensación/creencia de potencia mutante.

Hasta que un día escuché la frase que da título a la presente columna: "La vida era en serio".

Se la decía Rafael AMOR a su hijo ?a uno de sus hijos- en medio de un poema que hablaba del abandono, de la imposibilidad de volver atrás, y de la amargura que da la conciencia de saber que has dejado pasar la oportunidad de expresar afecto a quien amas.

 Y entonces comprendí que, efectivamente, la vida era en serio, que el pasado no puede volver a vivirse ni, en consecuencia, enmendarse. Lo comprendí tarde, cagüenlamar, demasiado tarde, cuando ya has gastado un montón de cartuchos, que no podrás volver a utilizar jamás.

Es cierto que en el Instituto me habían ilustrado que decía un tal Heráclito que  nadie se baña dos veces en el mismo agua, pero yo, acordándome de las colonias de Tordesillas ?la primera piscina que vi en mi vida- y del agua de su vaso ?sin cambiar ni depurar durante quince días-, sabía que era mentira: yo sí me había bañado ?y conmigo los sesenta afortunados- varias veces en el mismo agua.

No comprendí al clásico heleno hasta que escuché a Rafael AMOR. Y entonces, al descubrir que lo que has hecho es inmutable y ?sobre todo- que lo que has dejado de hacer no podrás realizarlo ya nunca, me poseyó una consciencia de fatalidad, un sentimiento trágico de la vida de tal intensidad que me abismé en una angustia espesa y negra de la que llegué a pensar no podría zafarme.

Pero no era la certidumbre de la muerte lo que más duelo me daba, sino el beso omitido, la sonrisa negada, los minutos hurtados a los padres, el partido no jugado con los hijos. Eso sí me laceraba el alma de lado a lado.

Y era el daño tan vivo e insoportable que aquél mismo día me juré a mí mismo no volver jamás a escatimar el tiempo ni el afecto a los que amo. Y por eso busco un instante cada día para decirle a los míos que les quiero.

Y abrazarles en silencio. Porque la vida es en serio y se va cada minuto.

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