Virginia Carrera vivía muy tranquila en su anonimato, pero eso ya se acabó. Ahora es una persona pública, lo cual conlleva, entre otras cosas, que sea blanco de "insultos", cuando camina tranquilamente por las calles de Salamanca.
El otro día alguien pretendió insultarla con un "roja de mierda". Cualquiera que la conozca, sabe que el que la llamen "roja" no solo no es un insulto, sino que es un halago, y de los mejores. Para Virginia, tan morena ella, el color rojo es uno de los que más la favorecen a la hora de vestirse. Y, efectivamente, en aquel momento, era "the woman in red", como en tantas otras ocasiones. Pero el insulto no iba por ahí (esta vez): de todo el mundo es sabido, que es el color de su ideología, y a mucha honra.
Para Virginia, que la llamen roja por pedir que se abran los comedores escolares en verano para que ni un solo niño en Salamanca pase hambre, que no se desahucie a ninguna familia por parte de los mismos bancos que han sido rescatados con el dinero de todos, que la gestión del Ayuntamiento sea transparente para que todos sepamos si nuestro dinero se gasta en lo que Salamanca necesita o en favorecer a los amigos del alcalde,?
Que la llamen roja porque su discurso de investidura no lo hizo en un tono condescendiente, como el de Ciudadanos; ni soporífero, como el de Cabero; ni plagado de mentiras como el de Mañueco, para ella no solamente no es un insulto sino que es motivo de orgullo.
Si por el hecho de pedir alto y claro, que las instituciones vuelvan a estar al servicio de la ciudadanía, que se acabe la corrupción y el amiguismo en el Ayuntamiento, que se atiendan los servicios públicos como corresponde; si por estar todos los días, desde el 25 de mayo para acá, pidiéndole explicaciones al PP por su gestión, el insulto más feo que se le ocurre a los que no la votaron es "roja", entonces es que estamos haciendo las cosas mejor incluso de lo que pensábamos: les hemos dejado sin palabras.