OPINIóN
Actualizado 26/06/2015
Marta Ferreira

En las últimas semanas, casualidades de la programación televisiva, he tenido la oportunidad de ver dos grandes películas, una que nunca había visto y que se titula "Los chicos están bien" y una magnífica película, que a buen seguro muchos de ustedes habrán visto, "Filadelfia". Películas ambas, que con veinte o veinticinco años de distancia, abordan un mismo tema, la homosexualidad.

A pesar del común tema que ambas desarrollan con gran tacto, se percibe, a Dios gracias, la normalización en estas últimas décadas de tan controvertido asunto. "Filadelfia" nos muestra la lucha personal de un hombre, un profesional del derecho, del que el bufete a quien entregó su vida se deshace con excusas sobre su rendimiento al descubrir que padece el sida y que es homosexual. Sí, la enfermedad que en un momento histórico se asociaba exclusivamente con los homosexuales lo pone en el disparadero de sus colegas, que incluso pretenden amparar esta discriminatoria decisión en ese manido cliché de la promiscuidad homosexual. Algo terrible.

A través de sus personajes y de sus vidas, se nos refleja una época en la que los homosexuales empiezan a no esconderse, comienzan a querer vivir como los demás, a pedir que no se les rechace o aparte por amar y se nos ilustra, con mucha claridad, el calvario, el sufrimiento, la lucha por vivir sus vidas en libertad y con respeto.

La segunda cinta, ambientada ya en el siglo XXI, nos muestra una familia de dos mujeres homosexuales, madres de dos hijos concebidos gracias a un donante, y plantea cuestiones como la necesidad de los chicos de saber quién fue el hombre gracias al cual sus madres pudieron formar una familia, la suya.  Son una familia como cualquier otra, con semejantes problemas de pareja, de trabajo, de educación de hijos adolescentes? una familia como la mía, como la suya, como cualquiera.

Entre ambas películas hay más de veinte años de diferencia y se abordan distintos problemas con un denominador común, amar a alguien del mismo sexo y lo que ello entraña. No puede obviarse la evolución positiva que se ha experimentado, desde un momento en que esconderse y ocultarse era una necesidad a otro en que se comienza, quiero creerlo, a asumir que son personas exactamente iguales a los que aman a alguien de sexo contrario.

A los pocos días de reflexionar sobre estos temas y sentir que, por fortuna, la sociedad evoluciona y que estas personas pueden vivir como son porque son libres para hacerlo, leo en el periódico que un chico ha sido atacado por homosexual en plena Gran Vía de nuestra ciudad, y se me cae el alma a los pies, y no lo entiendo porque no se puede comprender.

Uno puede decidir si le apetece vivir en pareja o casarse o si prefiere quedarse soltero, son opciones y todas ellas respetables, pero uno no decide a quien ama, simplemente lo hace. Y, qué quieren que les diga, convertir el amor en un castigo, en una lacra, en un infierno? eso sí que es un delito.

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