Qué sería de nosotros sin esos tracaleros de la palabra, a los que pagamos un buen pastamen por no ser más que eso, charlatanes con un careto más duro que el granito. Gentuza esa, a los que les importa un céntimo de euro desdecirse, bajarse de la burra por un lado y montarse por el otro; olvidar de dónde vienen cuando les viene bien vendernos el dónde van y mentir mientras imaginamos cómo les crecen más de un metro las napias. Son los rastrojos del condominio patrio, los auténticos brotes verdes de las ingenierías conspiratorias, que están jodiendo a conciencia lo poco sano que le queda a nuestra endeble democracia. Una democracia que es incapaz de igualarnos a todos ante la ley, como puede comprobarse con todo lujo de referencias en estos días en los que campa el unte y el choriceo, como imparable costumbre de golfos y maleantes, que se nos han pegado cual parásitos a la chepa.
Y es que no hay forma de creernos, que aquí somos los putos amos de este invento, por más que intenten hacernos creer, los más listos de la clase, que nuestro papel social no pasa de ser unos pobres tontainas, que no aprenden a separar la mala hierba de la espiga.
Una vez que hemos asimilado que los políticos son imprescindibles dentro del ámbito democrático, es hora ya de señalar con el dedo a los inútiles tragaldabas, que sin oficio ni beneficio se convirtieron, gracias a un buen apadrinamiento, en profesionales del sí mi amo; obedientes sujetos, que se han trasformado en meros valedores de quienes, en las alturas, solo piensan en mantener caliente el cojín de un escaño; un escaño donde se escoñan tantas veces las buenas propuestas de algunas Señorías.
Pero el problema, el grave problema es que abundan los ilustres beneficiarios del mamoneo cual si fueran una banda de estómagos agradecidos que, sin haber cotizado ni un solo día a la Seguridad Social, pueden permitirse el lujo de dirigir el cotarro con todo tipo de intolerables deslices contra la razón.
Pero todo da igual ante estos doctos del disparate, que inventan parafernalias y linimentos, mientras se viste de riguroso luto la pobreza que, como una plaga imparable muerde los cachiruelos de la cosa familiar por todas partes.
Hipócritas de medio pelo, que mientras se baten el cobre contra el aborto, tratan a pelotazos a quienes viven (con olor a salitre y terror) buscando cerca de nosotros la morada.
Es la caterva de los hijos del dólar y el euro, que no suelen desdecirse (aunque sea por mera humanidad) de lo que todos hemos visto en el cajón más atontado de la casa. No se enteran o no quieren enterarse de que han vuelto a caer en las redes de la mentira, mientras injustamente, otro montón de muertos, copa el espacio de los hijos que nunca llorarán las madres.
Pensar que pudo haber barcazas de parsimonia quedas como mudos testigos ante el banquete de muerte que el mar se daba, es para vomitar antes de bajarse definitivamente de este país, donde se puede seguir vendiendo humo sin pagar peaje.
No hizo falta matar a nadie, porque ellos solitos se fueron ahogando. Después, -lo hemos visto- se da un "glorioso recibimiento" a los haraposos mendigos de la nada al tocar nuestra tierra. Dio igual que les faltasen las fuerzas, o que acabasen de ver cómo un montón de compañeros de viaje había perdido la vida a su lado. Lo importante, lo que debía hacerse (cumpliendo órdenes estrictas seguramente) era devolverlos, como si fueran un manojo de berzas, al terreno marroquí, donde los derechos humanos forman parte de la gran falacia que tratan de vender nuestros indigestos vecinos.
Quizás esté llegando la hora en que debamos preguntarnos, muy seriamente, si nos merecemos que este atajo de incompetentes maneje nuestro destino, o si seremos nosotros los culpables de esta pasividad que les permite vivir del cuento a nuestra costa.
Pero, ¿qué ha pasado para llegar a este estado, donde la incompetencia es un diploma exigido para llegar al orgasmo del poder? ¿Alguien tiene esperanza de que esta muchedumbre de ineptos pueda salvar este país de la hecatombe? Pregunto. Vamos?, por si alguien tiene la ocurrencia de pensar que todavía es posible creer en esta partitocracia bochornosa?