OPINIóN
Actualizado 25/06/2015
David Rodríguez

Allí, en aquella inmensa llaneza, no hubo un instante en el que se reparase en los bolsillos y en los conocimientos de esos orígenes humildes

Recientemente asistí, y sólo por lo obligado de la autoridad, a uno de esos cursos de orientación laboral y técnicas de búsqueda de empleo que el pobre y castellano pariente del Tío Sam ofrece a todos los que engrosamos las concurridas listas de lo que, romanticismo a flor de piel, en su día llamábamos el Inem. Quince o dieciséis concurrentes, no sabría decir con exactitud, acudimos, desde diferentes puntos de la comarca, prestos al requerimiento del no poco reprochable juego de abrir y cerrar el grifo.

Atónita vi un auditorio, variopinto solamente en edad, que traía en su haber, como más valiosa posesión, una larga trayectoria laboral levantada a la antigua, es decir, sobre aperos, ladrillos y estropajos, y que de poco tiempo había podido disponer para atender a Quevedo o a Nebrija. Orígenes humildes y sin doblez los de aquellos quince que permanecieron obedientemente sentados en redor de una cabeza visible ?ficha principal sin quererlo de un juego de opulentas influencias? mientras eran encarecidamente alentados a ponerse manos a la obra con las nuevas tecnologías, argumentando, fútilmente, la necesidad que hoy tiene todo bicho viviente de vivir acorde con los nuevos tiempos.

Allí, en aquella inmensa llaneza, no hubo un instante en el que se reparase en los bolsillos y en los conocimientos de esos orígenes humildes a los que, todavía dócilmente sentados, se continuaba insistiendo una y otra vez en lo afortunado que hoy era quien precaria y humillantemente trabajaba por un mísero jornal o por unas también míseras horas como asalariado, soslayando, váyase a saber porqué, que de ese modo la dignidad de uno quedaba encima de aquellos arreos.

Que algunos de estos miembros fuesen abuelas de familia culturalmente impedidas o padres cuya única ciencia la llevaban encallada en sus dos manos era cosa de terceros, chanzas y pantomimas que a otro importarían. Lo que en este curso, burda mascarada de cooperación, primó por encima de la candidez y el desamparo de sus miembros, fue entretener a todos aquellos plebeyos que no habían salido de las aulas de Unamuno o de los genitales de algún pariente de Adán. Curioso es el rasero que en la frontera de acá mide el valor de una persona.

Virginia Mota San Máximo

Licenciada en Historia

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