OPINIóN
Actualizado 23/06/2015
Montse Villar

Esta semana he tenido el placer de visitar dos veces Valladolid por razones literarias. Una, el martes 16,  para presentar Bitácora de ausencias en la Casa Museo Zorrilla. Otra, el viernes 19, para recoger un Sarmiento otorgado por mi lectura, el diciembre pasado, en Viernes de Sarmiento.

Ir a Valladolid, tengo que confesarlo, siempre me ha dado mucha pereza. A pesar de la autovía, o precisamente por ello, se me hace un viaje tedioso. Siempre resulta más largo de lo que, en mi cabeza, parece: "Valladolid está aquí al lado" y, siempre, acabamos perdiéndonos durante 10 o 15 minutos entre sus calles. Y este siempre no es dos o tres veces, no, lo digo con toda la intención. Aparte de todas las visitas que he hecho a la ciudad para asistir a actividades varias, estuvimos yendo durante dos años, por razones médicas y papeleos, una vez o dos al mes. Ese año, el Paseo Zorrilla estaba en obras y cada vez que entrábamos, lo hacíamos por un lugar diferente. Era muy frustrante saber que estabas cerca del hospital o la oficina a la que ibas, y todavía te quedaban 30 minutos de pérdida y desencanto para llegar.

Así que esta semana, sabíamos que a ambas citas, debíamos ir con el suficiente tiempo para poder solucionar los posibles contratiempos y no sé si gracias al navegador o a la finalización de las obras o a la pericia del conductor, ya sólo necesitamos 10 minutitos para encontrar aparcamiento.

La primera cita fue en La Casa museo Zorrilla, estrenando la temporada de jardín, allí, acompañada de Ángela (la directora del Museo) y de Agustín B. Sequeros presentamos mi nuevo libro. Un público interesado y entusiasta nos acompañó en una 

tarde agradable de sol y canto de pájaros entre los árboles. Me sentí muy a gusto y tengo que agradecer la amabilidad de los trabajadores del Museo.

La segunda cita fue  en la sala del BBVA para recibir el reconocimiento que a varios de los invitados del curso 2014-2015 nos habían otorgado: Jesús Hilario Tundidor, Antonio José López Serrano, Fermín Herrer

o, Jorge Tamargo, Fernando Sabido, Carlos Aganzo, Montserrat Villar, Amparo Paniagua y Bárbara Rodriguez. Tras una cuidada ceremonia en la que se nos fue dando a cada uno nuestra placa, tuvimos una cena que terminó con poesía. Una tarde intensa de emociones y abrazos. Araceli, José Antonio y Santiago ejercieron de magistrales anfitriones y de cariñosos compañeros en este mundo de la poesía. Gracias infinitas por una tarde inolvidable.

Después de eso, vuelta a la rutina: la casa, el trabajo, las actividades de Salamanca? Todo ello, siempre es una lección de modestia que permite que los pies estén siempre en el suelo, sabiendo que la poesía es un regalo que te llena el alma y te hace disfrutar de intensos momentos, pero, al final del día, todos seguimos siendo pequeños aprendices de poetas y de personas y esto no debe cambiar.

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