OPINIóN
Actualizado 23/06/2015
Joaquín Araújo

Tras entrenarse, batiendo las alas sin despegar, los pollos del águila real saltan por primera vez del nido. Les imitan varias especies de garzas, córvidos, azores, cernícalos, milanos, palomas, fringílidos, paridos.

Tal vez esta sea la semana que más jóvenes aves incorpora a los paisajes. En el silencio y la oscuridad de todo tipo de cavidades, la mayoría de las especies de murciélagos de nuestra fauna está pariendo tras una gestación que comenzó el otoño anterior. En sus globosos nidos nace la segunda carnada de ardillas. Los zorreznos abandonan sus cubiles, ya por completo crecidos, y los nuevos lobos dejan de mamar.

Muy cerca, es decir, en las orillas de cualquiera de nuestros cursos fluviales, podemos tropezamos con uno de los "nacimientos" más espectaculares. Se trata de la emersión de las libélulas a su vida aérea. La culminación de una metamorfosis radical tras, a veces, años de vida larvaria y subacuática. Bastará poco más de una hora para que de un ser bastante feo que se arrastraba por el tallo de un junco emerja una bellísima y veloz libélula, el insecto más original de cuantos existen y el único ser vivo que puede volar marcha atrás. Encandilados podremos quedar igualmente con el más leve de los sistemas de locomoción, que es el utilizado por las mariposas.

El suelo, por su parte, está empachado de amarillos. Pasto seco que albergará a las infinitas estirpes de los sin hueso. La paja es una pausa necesaria, y su olor, un antídoto del humo y el ruido. También estos secarrales suponen una variación en las tonalidades básicas del paisaje que, aunque parezca dura, acabamos agradeciéndola como una más de las manifestaciones de lo cambiante. Está ya el grano completo, duro, ya es esa milagrosa cápsula de buena parte de la energía que todos necesitamos. A su llamada acuden oleadas de aves, ahora partidarias de ser bandada, junta plenaria de alas sobre las rastrojeras. La arboleda silvestre, además, esconde la progresiva gordura de sus frutos.

Se  vacía el paisaje de los cantos que las aves hacen coincidir con su esfuerzo de continuidad. Pero queda compensado no sólo el naturalista, sino también el más desatento de los paseantes con la culminación anual de las mariposas. Los colores que vuelan desbordan cualquier enumeración convencional para entrar directamente en lo que parece irrealidad o al menos ensoñación.

Cunde la flor del castaño y de los jaguarzos, otro festival de amarillos en los campos

Los gallipatos, los mayores tritones de Europa, rasgan ahora sus huevos e inician una no menos azarosa vida acuática que puede verse truncada incluso por la desecación de los charcones donde suelen criar. No lejos del agua y allí donde puedan excavar nuestras dos especies de galápagos, el común y el leproso, pondrán sus huevos.

E1 paisaje sonoro será acaparado por los élitros, por la pura mecánica de los rozamientos y las fricciones. Mucho es lo que estridula con luz o con sombras. Pero la noche comienza a decir más altas sus palabras de sombra.

Vuelan pocos colores, pero muy bien representados por unas doscientas especies de mariposas y decena y media de libélulas y caballitos del diablo

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