OPINIóN
Actualizado 17/06/2015
Manuel Alcántara

El gobierno colombiano y una parte sustantiva de la guerrilla, alzada en armas desde hace más de medio siglo, llevan negociando una salida al conflicto en La Habana 33 meses. Se trata de un proceso complejo que envuelve numerosas aristas moldeadas por el avance de asuntos que ahora mismo resultan ya irrenunciables. A las clásicas reivindicaciones vinculadas con la reforma agraria y con los millones de desplazados, se suman las derivadas de las secuelas de la narco guerrilla, del contrabando, de los lavados de activos; a la exigencia del perdón se incorpora la denominada justicia transicional que está presente de la mano de la memoria y de la jurisdicción penal universal por delitos que no son solo de estricta incumbencia nacional.

 

En la cafetería de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional en Bogotá, con un café y un buñuelo de por medio, tengo la posibilidad de poner cara al conflicto, una vez más, gracias a un encuentro fortuito con un colega que me cuenta retazos de su vida. Una muestra palpable de su experiencia en la vorágine de una violencia que siega vidas sin cesar y que simultáneamente reproduce el discurso de la hipocresía más ciega. Sucedió en Arauca cuando un guerrillero al que conocía se presentó en su casa para decirle: "Doctor, le traigo una mala noticia? tengo orden de matarle? pero la orden puede esperar veinticuatro horas", y mientras esto le decía le tendía un billete de avión. Militante de izquierda, su error fue denunciar públicamente a la guerrilla por haber esquilmado bienes de la universidad pública mediante la expropiación de automóviles y de otro material. Su proximidad a la muerte no terminó con esa historia pues más tarde una bomba explotó en la casa en que eventualmente dormía destrozando la mitad de la misma.

 

Lo cuenta entre silencios, con una cadencia que me lleva a hacer más fácil la visualización en mi mente de un relato lleno de amarga ironía, a pesar de que es una historia entre cientos de miles de la barbarie que ha asolado a ese país a lo largo de décadas. Hoy participa en los diálogos de la paz y pregunta en momentos de asueto, cuando parece que todo el mundo baja la guardia, por qué él era un objetivo militar y solo tiene por respuesta una irónica sonrisa. El camino requiere algo más que acuerdos.

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