OPINIóN
Actualizado 15/06/2015
Antonio Matilla

Después de escribir sobre temas digamos serios, hoy debo recibir la semana con una sonrisa, más o menos torcida, pero sonrisa a fin de cuentas. Por cristiano y por ciudadano del mundo me toca, y así lo quiero, ver la botella medio llena, ser tolerante y juzgar a mis prójimos con benevolencia.

Prójimo es, en general, aquél que la vida pone a mi alcance, le conozca o no. Pues, señor, iba yo por la plaza del Corrillo el día primero del año viendo la cara de esperanza y de aparente felicidad de unos ciento cuarenta prójimos en esa estrecha plaza cuando mis ojos recayeron en unos 'prójimos' ausentes.

Antes de referirme a esos prójimos ?que menudos 'prójimos' estarán hechos-, debo confesar que yo también me siento a veces prójimo de los objetos que me rodean, sobre todo cuando son bellos, como la Plaza Mayor o la portada románica de la iglesia de San Martín. Junto a estos objetos bellos hay otros simplemente dignos pero útiles, como un pasamanos que había para ayudar a los mayores a subir las escaleras que conducen a esa magnífica portada. Y digo que había, porque unos prójimos, en ese momento ausentes, lo habían desencajado de sus anclajes a la piedra berroqueña de los escalones y allí yacía, el pobre, hierro contra piedra, en el suelo. Sacando fuerzas de flaqueza ?algunos sabrán por qué lo digo- acabé de desencajarlo del suelo con ánimo de guardarlo a buen recaudo en la iglesia no sea que apareciera por allí un chatarrero de fortuna y se lo llevase para sacar unos cuantos euros con los que rellenar el depósito de la furgoneta o tomarse unas cañas.

Mi mente juvenil anticipó la operación: ahora lo agarro por el medio y me lo llevo adentro; pero mis brazos jubilados empezaron a protestar por el excesivo peso y no me quedó más remedio que arrastrarlo a duras penas haciendo descansos cada cinco o seis metros. Ciento cuarenta prójimos ?con un margen de error de más menos 3,4%- contemplaron la escena, pero nadie se atrevió a echar una mano. Muchos debieron pensar '¿qué hace este?' pero sólo un policía nacional uniformado formuló la pregunta, para hacerse cargo instantáneamente de la situación y añadir inmediatamente: 'Ah ¿es Vd. el párroco?' y le di una explicación somera mientras descansaba por enésima vez de la pesadez de la carga camino de la puerta. Pregunta providencial porque dio tiempo a que nos alcanzara un matrimonio amigo también de jubilados; entre los tres hicimos la fuerza de uno y conseguimos colocar el férreo pasamanos a buen recaudo. No era día para cabrearse con el prójimo y menos teniendo que celebrar misa media hora después.

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