OPINIóN
Actualizado 15/06/2015
Raúl de Tapia

Poco podía imaginar aquel ingeniero polaco que una decisión anecdótica sobre el ferrocarril, cambiaría las costumbres de miles de salmantinos. El señor Wasolowski estaba esperando allá por 1871 la llegada de todos los materiales del ferrocarril, cuando a falta de algunos decidió exponer lo recibido en un terreno a las afueras de la muralla. Por allí pasaron numerosos curiosos decimonónicos ansiosos de ser testigos de la modernización la ciudad. Una vez montada la vía del tren, los terrenos quedaron altamente compactados pasando a ser propiedad municipal y alguno años después se convirtió en uno de los jardines más transitados por los ciudadanos.

 De toda esta historia poco saben los patos, gansos y cisnes que día a día se nutren de "gusanitos de bolsa y pan de antes de ayer". Ilustres personajes que han sido y son el primer contacto con la fauna acuática de muchos niños y niñas. ¿Quién no ha ido a dar de comer a los patos de la Alamedilla? Ya fuera uno abuelo, madre o hijo, casi todos hemos pasado unas horas sirviéndoles el menú diario. Así se han convertido en parte de la historia de esta ciudad, tal y como reflejan esos manuales para ser un verdadero salmantino que circulan por Internet. En ellos haber dado de comer a estas anátidas comparte protagonismo con el hornazo, el astronauta o expresiones como candar la puerta o "me he soñado": salmantinidades.

Ahora la vieja Alamedilla se ha rejuvenecido. Para bien de todos se han respetado los maduros árboles, entre los que se encuentran los escultóricos tejos o ese portentoso cedro que se alza sobre el parque. Nunca deben de olvidar que el primer punto para el respeto y conservación de un árbol son sus raíces. 

El antiguo parque que albergaba aquellos álamos negros, negrillos u olmos que Ibarrola convertiría en arte, seguirá siendo el lugar de paseo de nuestros hijos, de nuestras familias y de nuestros abuelos. Restaurado, pero con el mismo alma de los viejos árboles (que no enfermos).

Es agradable seguir compartiendo tardes y mañanas con los ánades y demás vecinos emplumados. Seguirán siendo el primer conato de educación ambiental que reciban muchos infantes en una ciudad cada vez más urbana.

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