OPINIóN
Actualizado 15/06/2015
Francisco López Celador

Cuando leas estas líneas habrá terminado el apresurado esperpento del chalaneo entre partidos. Se habrá hecho realidad la bajada de pantalones y se cumplirá la máxima del viejo profesor: en campaña electoral, las promesas se hacen para no cumplirlas. La cosa es más seria, a pesar de que los votantes no acabemos de entenderlo. Lo que sucede es que a los partidos políticos se les llenan los programas ?y a los políticos la boca- de frases hechas, conceptos polivalentes, bálsamos de fierabrás, muchas bajadas de impuestos, la cuadratura del círculo para acabar con la corrupción o el paro, y todo aquello que el sufrido votante - ya sea conservador, progresista, nacionalista, populista, separatista, antisistema, soltero, casado o viudo- esté deseando escuchar.

Si tuviéramos la costumbre de coleccionar los programas, mítines, declaraciones, y lo confrontáramos con lo que cada uno ha llevado a cabo allí donde ha tenido alguna responsabilidad, nos evitaríamos sobresaltos de última hora. Hay que reconocer que nuestros partidos políticos sacan el voto de la urna, hacen con él una bolita y pronuncian la conocida frase de los trileros : ¿dónde está la bolita, señores; derecha, izquierda o centro?  Es igual, no intentes adivinarlo. Siempre la llevarán allí donde pueda servirles. A ellos, por supuesto; no donde tú hubieras deseado. Siendo así las cosas, podríamos hacer un experimento. Una vez acabado el recuento ¿para qué constituir parlamentos, asambleas o corporaciones tan numerosas? Bastaría nombrar a uno por cada partido con representación; eso sí, con un número de votos equivalente al porcentaje obtenido. Así disminuiríamos drásticamente el apartado nóminas, dietas, viajes, etc., y se acabaría con la picaresca de los tránsfugas. Hay que reconocer que en casi todas nuestras asambleas se cultiva la figura del personaje que Jaime Campmany llamó "culiparlante"; es decir el que todo su apoyo a la causa lo expresa con sus posaderas.

Me hago cargo de que esta boutade no será tomada muy en serio por los políticos, más que nada porque para muchos de ellos acabaría la oportunidad de servir desinteresadamente al sufrido pueblo, y se verían en la tesitura de  tener que trabajar en aquello de lo que vivían antes, con lo que ello supone.

La siguiente proposición es más sencilla. A la vista de la extraña composición de algunos pactos postelectorales antinatura ? a veces, más que pactos, parecen "el parto de los montes"- aconsejaría que, a la hora de elegir quién deba gobernar, se coloquen dos urnas. Una con el letrero "partido popular" y en la otra que figure "los demás". Al fin y al cabo es lo que se deduce de los ansiados "cordones sanitarios". El centro-derecha español ha vuelto a enderezar la situación económica, pero no le ha servido para conservar la confianza de los votantes. La razón hay que buscarla en el alejamiento establecido con sus electores y, sobre todo, en los excesivos casos de corrupción. El hecho de que este fenómeno no sea exclusivo de la derecha no es óbice para que el asunto sea objeto de distinto tratamiento. Como si los populares estuvieran más obligados a ser honrados, la mayoría de la población y buena parte de los medios de comunicación se olvidan fácilmente de los desmanes de la izquierda. ¿Habré soñado yo eso de que, en Andalucía, alguien se ha llevado descaradamente varios miles de millones de euros? No se trata de justificar, ni mucho menos, a quien tanto daño ha hecho al partido popular; al contrario, debe admitir, de una vez por todas, que en sus filas están los culpables de la espantada de votos. O se aprecia una política enérgica, contundente e inmediata contra los corruptos o puede despedirse de eso que se llamó alternancia. Tampoco debe confiar en un más de probable cataclismo socialista, engullido por el populismo ?como ya sucedió en otros tiempos- El desengaño de los que huyeron de la gaviota y el incierto porvenir del actual resurgimiento económico deben ser evaluados para revertir la situación. En cualquier caso, hay que mover ficha, pero ya.

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