OPINIóN
Actualizado 13/06/2015
Manuel Lamas

El Pasado jueves pasé la tarde con Marta. Se trata de una amiga de la infancia que reside en Granada, pero tiene una hermana en Salamanca, a la que visita con regularidad. Tuvo la deferencia de telefonearme y, al día siguiente, quedamos para tomar un café.

A las seis y cuarto de la tarde, acudí al lugar donde habíamos acordado y, poco tiempo después, llegó ella. Después de las primeras palabras de saludo, nos sentamos. Marta, dejó su teléfono sobre la mesa y nos enfrascamos en una conversación distendida en la que aparecían situaciones y personajes de otro tiempo. Pero, mira por donde, su teléfono no dejaba de dar la tabarra. Unas veces con llamadas y otras mediante mensajes de Whatsapp. Lo cierto es que nuestra conversación se interrumpía constantemente. Después de sucesivas disculpas por su parte, retomábamos la conversación. La situación resultaba incómoda, pero no tenía la suficiente confianza con ella para pedirle que eliminara el sonido.

Observando la destreza con que lo manejaba, no fue difícil deducir su grado de adicción hacia aquel aparato. Pasó el tiempo y seguimos hablando hasta que una persona conocida se paro para saludarme. Momentos después, dimos por terminado nuestro encuentro.

Ya de regreso, recordaba nuestra entrevista y, en medio de la reflexión, el timbre del teléfono volvía con su sonido estridente e inoportuno. Una sensación de vacío me invadió; algo parecido a lo que se siente cuando el tiempo se pierde en tonterías. Cierto que habíamos pasado un rato juntos, pero el maldito móvil había reventado todas las posibilidades de comunicación. Entonces, comprendí lo que señalan algunos profesionales, acerca de la adicción a estos dispositivos. Pues, un elemento tan valioso, se ha convertido en un juguete que se utiliza para matar el tiempo.

La mayor parte de los mensajes que se transmiten son insustanciales y, muchas de fotografías que se mandan carecen de interés. No porque técnicamente tengan deficiencias, sino porque algunas son inoportunas y solo sirven para llenar la memoria del dispositivo.

No considero negativo que las personas utilicen la tecnología para lo que quieran, pero de la misma forma que mi café con Marta no resultó adecuado, la utilización irracional de estos aparatos, nos roban lo más preciado que tenemos: "El tiempo". Y el tiempo, precisamente, es lo único que se gasta definitivamente; no puede ser recargado como la batería del susodicho móvil.

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