(A mis amigos de Villavieja de Yeltes)
En el alma del rito y la espesura del polvo
encuentra mi aflicción su caldo de cultivo;
en el cincel que descubre la majeza, tibia
al nacer, brutal después y despertada al gozo.
Terco soy, obrero del arte y del objeto asido,
punzón mágico de espíritus que nacen solos
y, al parecer uncidos, al invisible lazo de la idea.
Cantero labrador de ondas siniestras y ángeles de clero.
Edifico en la lumbre de mi sonora mente, altas esferas
y vientos de estandartes que al final se queman
y saltan de mi pecho al infinito del tiempo y la mudanza.
Quizá un Cristo, una escalera o cobijadora casa?
Pura cantera de Dios, bufanda herida en el misterioso
cíclope del tiempo a Villavieja encadenado,
astado de bravura enredado a la cábala del artesano.
Pueblo a la piedra domeñado,
piedra de musgo y de cercado. Añejo estandarte renacido.
Es la férrea silueta de tus siglos, piedra,
la que hace fértil y sangre mi memoria,
la que acude a mi pulso muerto
y a mi golpe de cantero viejo, ya sin eco.
Es el olor a sudor joven que aún vive en mis venas.
El escafilador, la tojadera, la maza y la gubia,
es la bujarda y el puntero. El pinchote y la escoda.
Es la rabia de no ofrecer orgullo a la herramienta
porque fue la piedra quien ahogó siempre mis penas.