OPINIóN
Actualizado 09/06/2015
Luis Gutiérrez Barrio

"El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores" "La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera

Lunes, ocho  de la mañana, un duro día comienza. Para otros ya ha empezado hace varias horas. Otros,  aún  no son conscientes de que la semana ha dado el pistoletazo de salida.

Los primeros minutos pesan como si fueran de plomo, me siento en un cómodo sofá, en el que me dejo caer rendido, como si hubiera estado toda la noche trabajando en alguna agotadora cadena de montaje, en la que ni uno mismo sabe que está fabricando. Observo durante unos minutos el reloj de pared, me dejo arrastrar por el perezoso y lento caminar del segundero. Le cuesta marcar el tiempo, cuando coge la cuesta abajo parece que toma un ritmo más alegre, pero cuando llega al sur del reloj y tiene que remontar hasta su polo norte, tiene que hacer un titánico esfuerzo para no pararse, se arrastra por la esfera dando la sensación de que cada segundo será el último, que se detendrá para siempre, que ya no le quedan fuerzas para continuar con la inacabable labor del tiempo. Es como si los dioses hubieran cambiado la roca de Sísifo por una ligera manecilla de reloj, que tiene que remontarla una y otra vez hasta el fin de los tiempos.

Durante esos primeros minutos del lunes nos dejamos llevar por el día, es el día quien nos controla, nos maneja. La rutina diaria va cumpliendo inexorablemente sus órdenes. Poco a poco vamos tomando conciencia de que el tiempo es nuestro, no nosotros del tiempo. La ducha, un buen desayuno y un cigarro para los fumadores, ayuda a retomar esa conciencia y que tomemos las riendas del tiempo. Aunque sea lunes, somos nosotros quienes tenemos que dirigir el rumbo de lo que queremos hacer con esas horas, que una vez perdidas no podremos recuperar ni con todo el oro del mundo. Es curioso, el tiempo se nos regala, pero una vez pasado, ya no hay riquezas en el mundo para recuperarlo. No podemos dejarnos llevar por la pesadez de las manecillas del reloj, porque estas, aun en su cansino y aparentemente lento caminar, corren y corren sin parar. Los segundos se van escapando y no podemos, no debemos, permitirnos el lujo de desaprovechar un tesoro tan preciado.

Conozco personas, a las que lo mejor es no decirles nada, como mucho buenos días, durante la primera hora del día, y si es lunes, lo mejor es esperar a que sean ellas las que se manifiesten. No es que sea mala gente, es que en esos primeros momentos del día no son ellos, algún hado travieso se ha instalado en su cabeza durante las horas de sueño, y se resiste a abandonarles.

Es preciso hacer un esfuerzo para expulsar cualquier influencia extraña que anide en nuestra mente en contra de nuestra voluntad. Es preciso que seamos nosotros quienes tomemos nuestras propias decisiones. Que podamos mostrarnos tal y como somos sin miedos a los prejuicios de los demás. Que nada ni nadie ocupe y controle nuestra mente, ni siquiera los lunes por la mañana.

 

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