El sabor salado de las lágrimas se torna acre cuando el dolor ocupa el espacio de la sal
Conocemos el sabor salado de las lágrimas y su rasgadura cuando ruedan cristalinas sobre las mejillas queriendo redimir el dolor de la desgracia, pero ignoramos su aroma, porque el olor desprendido solo puede detectarse con la pituitaria del alma.
Huelen las lágrimas a luto derramado, cuando exprimen la aflicción los lagrimales por la muerte siempre prematura y a destiempo, de las personas que amamos a este lado de la vida.
Huelen a pólvora las lágrimas, cuando el inocente soldado encuentra en su camino una bala perdida, haciendo astillas la juventud que condenan desde los despachos quienes tienen blindadas las ventanas.
Huelen a goma quemada las lágrimas, cuando el corazón bombea rebeldía por la injusticia, el caucho endurecido se hace carne en las costillas y las pelotas macizas vacían las cuencas de los ojos rebeldes a la injusticia.
Huelen a tierra húmeda las lágrimas de los campesinos sobre la tierra reseca, cuando la lluvia no alcanza las raíces de la fruta, ni alienta los surcos roturados, negando el pan candeal a la mesa familiar.
Huelen a vapor de agua las lágrimas vertidas en los andenes de las estaciones cuando las despedidas se antojan duraderas y la incertidumbre del regreso se hace un punto inalcanzable en la lejana confluencia de los raíles.
Huelen a quirófano las lágrimas del insomnio hospitalario, cuando enloquecen las células en la sangre presagiando el infortunio con tambores de tumores y agudos cornetines en la antesala de lo indeseable.
Huelen a mar salobre las lágrimas de los pescadores, cuando la gabarra es zarandeada por olas negras presagio del abandono doméstico que anticipa la victoria del temporal sobre la patena del océano.
Huelen a sequedad cereal las lágrimas del hambriento que destilan sus ojos turbios, cautivos en la pobreza que multiplica la desgracia en los espejos de los sobrados escaparates donde no hay espacio para los harapos.