Palabras, sí. Palabras y palabrería. Todo con la palabra. Todo, todo, se puede defender con palabras a medida. Lo más elemental, lo más difícil, lo más aberrante. Todo, todito todo. Y es que tenemos sofismas para todo. Lo que pudiera parecer un asesinato con alevosía, ensañamiento, ocultación, pues se disfraza de no sé cuántas cosas para pedir la absolución y se defiende con montones de argumentos como si tal cosa (claro está que el fiscal y la parte contraria piden la intemerata de penas con otros argumentos contrarios). Miles de folios cada sumario y escaso sentido común en ellos.
Que unos señores políticos vendiendo ideas te cuenten que va haber sanidad universal y eficacísima, que te van a subsidiar todo lo subsidiable hasta el final de tus tiempos; pues llega el otro y te dice que eso no puede ser, que es inviable y te lo demuestra (con palabras y números, claro) y te ofrece otras prebendas. Y tú, que votas y crees decidir, te llenas la cabeza de argumentos (que son ideas convertibles en palabras a conveniencia propia en su mayoría) y votas pensando que tú decidiste la contienda (y que ganaste, que aquí todos parece que ganamos). Así que tan importante quedas.
En el arte (y eso lo conozco bien) ya no se trata de imponer una obra digna, ahora se te obliga a una exhaustiva información de hacia dónde vas, de dónde vienes, qué pretendes. Eso tan cacareado del proyecto artístico (en realidad proyecto para todo). Y para ir a ninguna parte en la mayoría de las veces. Al final sobrevaloración de explicaciones hueras para nada. Humo, humo de colorines pero humo.
Hasta la celebración litúrgica de los ritos funerarios llaman ahora la celebración de la palabra. Si ya sabemos que sin la palabra no somos nada, nadie. Y programas y más programas de entretenimiento con palabrería amasada. De todo tipo. Y disculpas, y más disculpas que siempre son palabras de huida para todo.