OPINIóN
Actualizado 02/06/2015
Francisco Delgado

Ni en la noche de las elecciones, ni en la mañana del día siguiente, se llenaron las calles de masas incontroladas dispuestas a tomar la Moncloa, o el Congreso de los diputados, o alzar barricadas delante de los bancos, o de las sedes de las grandes empresas. Excepto en la Cuesta Moyano, en Madrid, donde unos miles de seguidores de Ahora Madrid celebraron con todo civismo la alegría del cambio en la capital de España y también esa noche en las sedes de algunos partidos de izquierda hubo felicitaciones y abrazos, todo el país siguió como siempre, la vida de cada día. Quizás, en el estado de ánimo de algunos millones de españoles aquella noche nació un suave sentimiento de esperanza; un sentimiento que en relación a los asuntos públicos muchos casi teníamos olvidado.

¿De qué hemos sido testigos los ciudadanos durante la semana siguiente? De comienzos de acercamientos o pactos entre partidos afines, o no tan diferentes, que en el fondo deseábamos la mayoría (y seguimos deseando). Nos hemos alegrado de ver escenas de despedidas de sus sillones y privilegios a muchos políticos que llevaban años de espaldas a la gente, exhibiendo su prepotencia, su ausencia de diálogo, de cultura y de respeto a los diferentes. En numerosas partes del Estado español.

Estos han sido los primeros días de ese cambio tan temido por muchos. Y aún hoy, con insensatas declaraciones, con informaciones falsas, los de siempre siguen intentando alimentar ese miedo primitivo. Meten miedo por los "radicales" programas de algunos partidos, programas que no solo  no se han leído (como explícitamente ha dicho la presidenta del Partido popular madrileño) aun  sabiendo que no existe en estos programas ninguna "radicalidad".

Como afirmaba un analista político hace unos días hablando de la Syriza de Grecia y sus difíciles negociaciones con la Europa de los capitales, el programa de Syriza puede ser calificado de lo que hasta anteayer han sido en Europa los objetivos de la socialdemocracia. Son los planteamientos de la socialdemocracia europea, que tienen ya casi un siglo, los que ahora muchos conservadores europeos califican de "radicales".

La advertencia al "lobo" de los "soviets" madrileños, del nazismo o del yihadismo, que algunos con ignorancia o mala fe nombran, ya no se lo creen ni los que para "informarse" solo ven la televisión o no pudieron hacer estudios primarios. Nadie.

El cambio que estos días comienza a manifestarse, tiene que ver con palabras que creíamos trasnochadas, a costa de no vivirlas: diálogo, negociaciones, justicia, honradez, veracidad.

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