OPINIóN
Actualizado 01/06/2015
Rubén Martín Vaquero

Yo...

Yo, que bebí en las mejores fuentes que me proporcionaron el dinero y los contactos de mi familia; que estudié con aplicación en colegios y universidades de renombre; que vine en conocimiento de la sensatez de los siete sabios de Grecia; que desde la infancia tuve ropa de marca, ordenador personal, veranos de idiomas y dinero de bolsillo; ha sido terminar mis estudios? y hacerme nadie.

Yo, que creía tener tatuados en los genes "Nacido para triunfar", que encerrado días y noches en el inspirador garaje de mis sueños he cavilado inventos que han asombrado al mundo, como las orlas de graduación en guarderías y casas cuna, o el "Recuerdo gráfico del equipo médico que me trajo al mundo", con los laureados papás sujetando al recién nacido, los abuelos babeando, una tía soltera de Albacete, una dola que pasaba por allí, la comadrona mandando, la doctora con el fórceps, los enfermeros con el fonendo colgando, los auxiliares dando aire, los celadores dispuestos a todo y los empleados de la limpieza sacando pecho; me estoy muriendo en la pobreza del anonimato.

Yo? necesito aplicarme y hacer algo enjundioso que me individualice en esta sociedad que me ignora y uniforma en la silenciosa mediocridad. Manos a la obra. A paso de carga estudio los resultados electorales; tomo lección de los partidos ganadores; exploro los intereses partidistas; hago cala y cata de los grupos mediáticos; bebo de la doctrina televisiva y concluyo que para mamar en la leche debo poner sobre el tapete un guiso, un nuevo plato de cocina. Después de hablar conmigo mismo, de reunirme con los elegidos y de agotar varios calendarios dialogando, creo haber descubierto la receta:

Cójase un puchero de Tamames, pónganse en él cinco cucharadas soperas de aceite de Ahigal, fríanse ocho dientes de ajo cortados en láminas hasta que doren, que será cuando le añadimos tacos de jamón de Guijuelo (al gusto), rebanadas de pan de Lumbrales (también al gusto) y una cucharadita de pimentón (dulce o picante según cada cual). Rehogamos la mezcla y la cubrimos con caldo de vaca del Campo Charro. Tras una cocedura de veinte minutos cascamos y agregamos tantos huevos camperos como comensales. Lo dejamos cuajar y servimos. Se recomienda tomarlo caliente y con vino de Las Arribes o de la Sierra de Francia. 

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