OPINIóN
Actualizado 01/06/2015
Alejandro López Andrada

Me recibe al llegar la luz de una oropéndola: su vuelo incisivo es un dardo de limón entre las viejas encinas. Recogida, la casa sestea ausente en la colina envuelta en un velo de cielo maternal. El silencio del campo es lento y amarillo. Mientras subo la cuesta voy sajando el resplandor del centeno tendido en haces derrotados. A mi espalda el amor sutil de una chopera; encima, las nubes pequeñas, salpicadas como blancas migajas por el mantel celeste. Detengo un segundo el paso. Miro en mí y escucho el pisar de un niño la llanura, los murmullos del aire limpio, cristalino, que va abriendo veredas de avena en mi interior.

Alejandro López Andrada / Editorial "Trifaldi"

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