OPINIóN
Actualizado 31/05/2015
José Luis Puerto

Había una vez un lejano país que vivió una guerra fratricida, resultado de la cual fue una larguísima noche, de la que, con el paso de los años y con muchísimo esfuerzo y sacrificio, fueron logrando salir sus habitantes.

            Algunos, los más pobres y humildes, emigraron y, con los recursos de las divisas que enviaban y los del turismo, se fueron creando infraestructuras sociales (sanidad, educación y otras) que dieron como resultado eso que se dio en llamar sociedad del bienestar.

            Luego, sin embargo, llegaron saqueadores de varios pelajes y, entre lo que usurparon y saquearon de las arcas y bienes de todos y lo que recortaron, el país fue languideciendo, languideciendo, hasta hacer que el veinte por ciento de su población y un tercio de sus niños vivieran en el umbral de la pobreza y llegaran incluso a pasar casi hambre.

            Todo ello fue acompañado por otras calamidades. A las gentes se las desahuciaba de sus viviendas, pero no se les proporcionaba recurso alguno para  poder cobijarse bajo techo. Otros vivían en lo que se llamaba la pobreza energética, pues les cortaban la luz y el agua al no disponer de recursos para pagar sus facturas.

            Sin embargo, durante mucho tiempo, tales calamidades fueron invisibles para casi todos; pues algunos, los más espabilados y listos, que no inteligentes, vivían y llevaban un tren de vida lujosísimo, disponiendo alegremente y sin control alguno de tarjetas muy opacas y negras (calificadas con un término anglosajón que ahora no viene al caso), ostentando además socialmente de su llamado estatus de nuevos ricos.

            Pero las noticias de aquel lejano país, un día sí y otro también, hablaban de recortes en las atenciones sociales, en la ley de la dependencia, en la de la memoria histórica?; y, junto a ello, se detenía a algunos cabecillas (seguro que no los principales) de operaciones motejadas con raros nombres extranjeros, cuando no nacionales, que hablaban de no poca podredumbre que en aquel lejano país se había instalado.

            ?Ay, aquel lejano país, ?pensaban melancólicamente sus habitantes?, lo que había sido y lo que terminó siendo; de jugar en la "champions league" ?según alardeaba irresponsablemente algún gobernante? a terminar casi anclado en las duras amarras de la desigualdad y el subdesarrollo?

            El abuelo, que había vivido ya mucho, le contaba a su nietecillo, un atardecer en el parque, junto a los aparatos de juegos infantiles, la parábola de aquel lejano país. Al niño, que cursaba tercero de primaria, le esperaba una resucitada reválida (¡ah, la nostalgia de los tiempos dictatoriales de la noche oscura!) en el colegio, pese a ser inconsciente aún de todo lo que el abuelo le contaba sobre aquel lejano país en el que él ya vivía y sufriría.

            Cuando marchaban para casa, al llegar el crepúsculo, el nieto iba aún protegido por su inocencia. El abuelo, melancólicamente, iba recordando y recitando para sí los hermosos versos de León Felipe, titulado "Sé todos los cuentos", tan apropiados para su vida en aquel lejano país al que él tanto amaba, pues era el suyo, en el que él siempre había vivido y al que siempre había también sufrido soportado.

            "Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Digo tan sólo lo que he visto. / Y he visto: / Que la cuna del hombre la mecen con cuentos... / Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos... / Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos... / Que los huesos del hombre los entierran con cuentos... / Y que el miedo del hombre... / ha inventado todos los cuentos. / Yo sé muy pocas cosas, es verdad. / Pero me han dormido con todos los cuentos... / Y sé todos los cuentos."

            Ay, aquel lejano país, todo lo que le ocurría no era un cuento; sino más bien todo era una parábola, de la que sus habitantes no terminaban de extraer lecciones y ejemplos.

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