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OPINIóN
Actualizado 29/05/2015
Montse Villar

Estudio crítico y presentación de Diario de una tristeza.

El día 10 de abril acompañé a Manuel en la presentación en Salamanca de Diario de una tristeza y pude conocerlo personalmente. Me llamó la atención su poesía sencilla pero profunda y de él, la modestia y también sencillez. Al mes siguiente en Valladolid, ciudad donde vive este vasco de nacimiento, le entregaban el Premio Treciembre por su obra titulada Interiores. Un poeta que merece la pena leer y conocer, y no soy yo sola la que lo piensa, ahí está la segunda edición de Treciembre que lo atestigua.

 

DIARIO DE UNA TRISTEZA, MANUEL GONZÁLEZ

Manuel nació en San Sebastián en 1971, aunque reside  en Valladolid desde los 15 años. Su primer libro fue Eslabón roto y ahora presenta Diario de una tristeza.

Juan Ramón Jiménez en su poesía recorrió el camino desde el modernismo más recargado a la palabra esencial más pura y nos enseñó que la magia del poema está en las imágenes que se agarran a todos nuestros sentidos y conspiran con nuestra realidad, transformándola y dirigiéndola de nuevo a nuestros ojos, a nuestros sentidos ya habitados por el poder de los símbolos. Es ese camino de poesía desnuda e imágenes visionarias el que Manuel des-cribe para hacernos llegar la experiencia de un amor que muere. Pero, en un desorden premeditado, inicia este poemario con el final de ese amor para conseguir llegar al inicio. Así, como leímos en los 20 poemas de amor de Pablo Neruda, cualquier amor que termina abre las puertas a otro que pueda llegar a comenzar y el tiempo no define más que ese movimiento iterativo que permite que la desesperanza pase a convertirse en esperanza en el futuro.

Así, el poemario va desentrañando las estaciones a lo largo de las cuales descubrimos la experiencia vital del poeta.

El invierno comienza con la evidencia de la soledad en la que se buscan palabras que amortigüen el dolor frente a un tiempo cuyo paso se hace inexorable y convierte todo en frío, frío de invierno que trata de mitigar con la aparición de una realidad objetiva  (que Óscar Hahn también nombra) en el poema: un jersey a rayas y una bufanda gris. Un frío que hiela el recuerdo y lo convierte en ira contra lo que antes fue belleza amada "veo los cuervos desde el árbol del ahorcado, / aguardan pacientes,/ revolotean alrededor de tu carne  entregada. / Sin saberlo, ya les perteneces."

Una soledad desesperanzada que lleva al deseo de desaparecerse del cuerpo y a convertirse en viento, en naturaleza esencial que no "estorba". Es en esa muerte imaginaria en que la voz del poeta escribe su testamento, todavía cargado de ira humana "comerás a las puertas del infierno" pero que dará paso a la entrada en un mundo purificador: "y me asomé al mundo / detrás de la última puerta/cerrada a mi espalda" y con esperanza en el futuro y en la luz hecha palabra, palabra descrita en PRONOMBRES, al igual que Pedro Salinas y Guillén, palabras esenciales que posean la fuerza y la belleza esencial para la vida.

El otoño representa ese tiempo previo a una despedida inevitable que se lee en los ojos de la persona todavía amada, pero que premonitoriamente "están poblados de otoño". Un amor que se vuelve soledad, hipótesis, ceguera, extrañeza, frío, hielo y "lágrima hecha de piedra". Es en este momento en que, al igual que en el invierno, las palabras son las que dibujan la exacta medida de la realidad, volviendo al ser viejo de repente.

Y el verano se hace patente como un  paréntesis de la realidad en que hay un ser que regresa a su origen "al lugar donde se peina el viento", a la belleza, la seguridad de la infancia vivida en la que se desea volver a esa belleza que es medicina ante la enfermedad de estar vivo. Es el regreso a la realidad, después del verano, cuando vuelve a hacerse presente esa soledad que se convierte en lluvia.

Es la primavera, que aparece en esta descripción estacionaria en flash back, la que trae el inicio del amor cuyo final se preconiza en otoño y sucede con la  llegada del invierno. Un amor primigenio y creador de la realidad que, como en Salinas o Guillén construye el  mundo y lo nombra todo, definiendo al ser amado en todas las cosas. Un amor que, como sucede a los místicos, no se alcanza absolutamente y es el poema el que intenta definirlo. Un amor cuyo final llena la boca de preguntas y el tiempo "de silencios feroces".

Poemas, en su conjunto, desnudos y esenciales que se agarran a la experiencia vital de un lector que puede reconocerse como ser amante, sufriente, iracundo y amedrentado por el paso del tiempo. Un lector que puede disfrutar de imágenes tan hermosas y dolientes como "hoy es uno de esos días / en los que me siento oscuro,/ cansado de vivir detrás de las cosas" o "Tu cuerpo naufragando en playas sin memoria" o lleno de verdad como en "No existen corazones sin manchas de humedad",? Un libro, en definitiva, que invito a descubrir en su belleza.

4 de abril de 2015, Sao Pedro de Moel

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