Cómo cambian los tiempos. De niño (un señor con bigotito, gallego y lejano gobernaba y no había elecciones) yo y mis compañeros recitábamos de memorieta las alineaciones de los equipos de fútbol, de nuestro equipo se decía. Calculo que los niños de hoy en día seguirán haciendo los mismo aunque los jugadores ya no llevan los números del 1 al 11 y hay eso que se llama rotaciones que embarulla las cosas. Coleccionábamos cromos que pegábamos en el álbum con goma arábiga los más pudientes y con engrudo hecho de harina y agua los más de nosotros. En la familia, muchas de ellas numerosas, tenías un entorno confortable donde el cariño era gratis, por decirlo así, aunque había que compartir baños y juguetes. También heredabas la ropa de tus hermanos mayores. Los hijos únicos estaban mal vistos. Formabas pandillas con los del cole o el barrio, igual que ahora, supongo, y dentro de ellas se iban conformando los roles que desempeñarías de adulto. Más tarde seguías ese aprendizaje social en grupos que iban aumentando de tamaño (la universidad, la ciudad, el país) y, por ejemplo, te sumergías en las asambleas de facultad que eran algo caótico donde, como en el Rocío, sólo se iba a ver si ligabas (el instituto separado por sexos estaba demasiado cercano en el recuerdo y las mujeres, para muchos, eran un arcano). Costaba un mundo tomar decisiones de si hacíamos huelga o no y en general esas reuniones eran manejadas por dos o tres veteranos que se decían troskistas y con tantas asignaturas pendientes que era difícil saber con seguridad el curso en el que estaban matriculados, si lo estaban. Daba igual, tú entre gritos reivindicativos posabas el brazo delicadamente sobre lo hombros de tus compañeras. Ah! las asambleas!
Hoy la participación en política es trending topic y las televisiones y las redes sociales acercan la vida de la polis a los ciudadanos, valga la redundancia, y convierten el país en una suerte de gran asamblea en la que todos sostienen banderas y lo que se recitan no son alineaciones de fútbol sino los nombres de los políticos de media España, como de la futura alcaldesa de Barcelona, mientras hacen juegos de palabras con Carmonas y Carmenas. Hay, además, una gran ilusión por participar, por votarlo todo, porque la calle se integre en candidaturas y agrupaciones ciudadanas. Y se invierten las tardes en animadas reuniones reivindicativas.
Supongo que es crucial que no te engañen aquellos a quienes eliges para que te representen pero precisamente elegirlos te libera de tener que estar encima de los problemas y ser un enterao en todo. Continuamente escucho que el ciudadano no es tonto y me asombro que hayamos llegado a esta desconfianza en los que se suponía que deberían ser los listos, los elegidos, nunca mejor dicho. Volviendo al fútbol, se dice que cada españolito tiene su propia selección nacional pero se elige a un seleccionador que es quien decide y te conformas. Yo, que me considero persona culta, sé poco de primas de riesgo y menos de métodos agrícolas aunque algo sé. Y no tengo demasiado tiempo para ponerme al día de todo, tengo que elegir mis intereses. Y aunque me ha tocado no quería, como casi nadie, ser delegado de curso, ni presidente de mi comunidad de vecinos, esas cosas que exigen solidaridad y están muy mal recompensadas. (O tampoco director de un instituto para que luego te responsabilicen del bullying cometido por unos desalmados sobre una alumna especialmente vulnerable, pero de eso ya hablaremos). Voto, elijo, para que otros lo hagan por mí. Pero unos incompetentes, unos abusones y unos corruptos han obligado a la calle a tener que preocuparse por solucionar los problemas. Mi duda es si podrá hacerse o si enseguida nuestros representantes, las manos que mecen la cuna, nos volverán a abandonar. Porque lo que sí creo es que es imposible que toda esa gente dedique durante mucho tiempo su tiempo a estar encima de ellos, vigilándolos, y, al final nos volveremos a encontrar, ¿satisfechos?, ¿enfadados?, dentro de cuatro años.