La mañana era hermosa. Se habían disipado los inusuales calores que amenazaban con arrasar con la fruta y ponía en peligro los prados y los huertos. Había amanecido más templada y con temperaturas más acordes con la época del año, sin embargo no era el tiempo el centro de la noticia que empezó a correr esa mañana por el pueblo. Con asombro y con cierta tristeza corrió como pólvora el hecho de que había muerto Mariano, el de Tío Galleguín, si bien no era necesario especificar a qué Mariano se referían, pues no existen muchos Marianos en San Miguel de Valero.
Era serrano con sangre gallega, picapedrero amante del granito y albañil, de lo que siempre presumió. Tuvo que emigrar, como tantos otros, y eligió Asturias para ello pasando en Mieres unos importantes años para su formación. Volvió a Salamanca y se dedicó a la construcción, lo llevaba en la sangre, su padre ya había sido constructor en su pueblo, maestro de obras, existiendo todavía algún hermoso edificio cuyo esgrafiado llama la atención por su bella traza; pero también se dedico a la obra pública circunscrita a las obras municipales. Por ello, cuando se instaló en Salamanca lo hizo, fundamentalmente en la obra pública y apareció, con el tiempo PAS, en el camino se habían quedado otros proyectos. Sus empresas, varias, tuvieron altibajos, así como su vida siendo un hombre tan querido como detestado, lo cual no debería extrañarnos en esta tierra nuestra donde la envidia es el pecado capital por excelencia, no viene a cuento explicar aquello de la Plaza mayor, la guadaña y la cabeza que sobresale.
La vida, nunca fácil, se mostró implacable en los últimos diez años y los golpes se sucedieron sin compasión. Estamos acostumbrados a ver morir a nuestros padres, pero debe ser insoportable el dolor que produce la muerte de un hijo, más aun cuando es tu compañero y tu mano derecha. Después otros sucesos que le fueron hundiendo más aún y fueron socavando su fuerza. Por último aquello del bastón lo soportaba con dificultad y la posterior silla de ruedas ya no pudo soportarla y se dejó morir. Ya nada merecía la pena.
Los que te queríamos, los que te queremos, y somos muchos, deseamos hayas encontrado la paz y el descanso que te mereces. Hasta luego paisano.