Es mi zona desde hace unos años lugar de asiento de mendigos rumanos que se han convertido ya en estampa cotidiana, sobre todo en las puertas de supermercados, pastelerías e iglesias.
A lo largo de inviernos y veranos les hemos ido conociendo y siguiendo su día a día, pasando de ser extraños a ser conocidos en un verlos y escucharlos, que bien se encargan ellos de contar a los viandantes sus necesidades con más o menos exageraciones.
Sabemos en qué barrio viven, cuántos hijos tienen, cuántos recibos deben, qué viajes hacen a Rumanía a lo largo del año, en fin, casi casi más que la vida del vecino de enfrente con el que apenas tenemos contacto.
Y es de los hijos de los que quiero hacer reseña, esos niños que aquí están creciendo y que aquí están naciendo. Los que están en edad escolar los tienen integrados en los colegios públicos de las zonas en las que viven, pero los colegios tienen unos horarios y fuera de esos horarios ¿con quién y dónde están esos niños? Porque sus madres y sus padres siguen ahí, desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche. Y eso lo puedo asegurar porque los veo.
No quiero imaginar que como es habitual en este tipo de familias, los niños "mayores" estén cuidando a los pequeños, haciendo de padre y madre para sus hermanos mientras los padres mendigan en la calle sin más responsabilidad que la de llevar un dinero a casa.
Quizá los servicios sociales tienen aquí una importante misión: comprobar la situación de estas criaturas a las que por prohibición expresa no se les permite estar con sus padres mientras mendigan, y que sufren las consecuencias de una soledad obligada.
Son fundamentales las medidas de prevención en casos como éstos, y no esperar a que ocurran las desgracias de incendios o accidentes varios en los que se que descubre, ya demasiado tarde, que los menores se encontraban solos.
Ignoro si se está llevando a cabo algún tipo de control, pero si no es así, tomen nota los organismos correspondientes para evitar lamentos tardíos.